Mariano Rajoy (PP), mucho más maduro que cuando comenzó en 2004 a desempeñarse como jefe de la oposición, ha cumplido las expectativas creadas por su victoria electoral con un discurso de investidura que, independientemente de sus concreciones, ha conseguido en gran medida los objetivos a los que debía aspirar: infundir confianza exterior e interiormente ?en las cancillerías europeas y en los intersticios socioeconómicos de nuestro país-; marcar la envergadura del ajuste que nos aguarda, que todavía no sabemos cuál habrá de ser (los 16.500 millones que ha manejado el presidente electo no están todavía contrastados ya que es improbable que el déficit público sea a finales de este ejercicio de sólo el 6%), pero que nos exigirá sacrificios relevantes; y abrir un portillo de esperanza en la sociedad civil de este país, que vive consumida por un desempleo insoportable y hasta hace poco no veía la menor luz al final del túnel.
Rajoy ha conseguido todo esto con un enunciado de medidas y disposiciones convincente, que sólo se podrá concretar cuando se conozcan los datos macroeconómicos.
De entrada, mediante un decreto ley que será aprobado en el Consejo de Ministros del 30 de diciembre se prorrogarán los presupuestos y antes del 30 de marzo se aprobarán los del próximo año.
Como ya se ha señalado en España y en Europa, el problema de este planteamiento que basa en el ajuste la salida de la crisis es conocido: la austeridad está reñida con la actividad y con el crecimiento.
Alfredo Pérez-Rubalcaba (PSOE) se ha ocupado de poner de manifiesto esta realidad incuestionable, que sólo puede resolverse mediante decisiones positivas en Europa, que lógicamente habrían de ser admitidas por el directorio francoalemán: la conversión del BCE en un banco central prestatario de último recurso y los eurobonos permitirían explorar otros caminos en que los estímulos fiscales diesen oportunidades al crecimiento. Sin el cual el desempleo español no descenderá porque las reformas estructurales no son operativas ni incrementan la productividad si no se aplican a un tejido económico en actividad.
Buen tono
El tono del debate entre Rajoy y Rubalcaba ha sido sumamente constructivo, y augura una legislatura pacífica en que la política esté realmente orientada no al vano disfrute del poder y al desgaste del adversario sino a resolver un cúmulo de problemas reales que han postrado a este país, han dejado a nuestra juventud en situación desesperada y han abierto expectativas muy negras sobre el futuro.
Si así sucede, la clase política se reconciliará con una opinión pública muy dolida con unos dirigentes que en los últimos años no han estado del todo a la altura de los retos.