
En un sector históricamente dominado por la oferta —donde el papel del agente inmobiliario ha girado en torno a captar propiedades y cerrar operaciones lo más rápido posible—, hace más de una década surgió una figura disruptiva en España: el Personal Shopper Inmobiliario (PSI). Un profesional que trabaja exclusivamente para el comprador, analizando, filtrando, negociando y acompañando durante todo el proceso con independencia, rigor y un enfoque estratégico centrado en la persona. Un modelo que, desde su aparición en 2010, ha pasado de representar apenas un 1?% del mercado nacional a superar ya el 15?% en 2025, reflejo de una necesidad creciente de asesoramiento independiente.
Pero, ¿cómo se convierte un servicio tan humano y personalizado en un modelo franquiciable? ¿Es posible escalar sin perder la esencia? ¿Qué perfiles lo hacen posible? Y, sobre todo, ¿qué puede aprender el sector de esta transformación?
Una de las claves de este camino ha sido comprender que no se trata de estandarizar un servicio basado en la confianza, sino de estructurarlo sin despersonalizarlo. Lo que comenzó como un modelo boutique muy ligado a una forma concreta de trabajar, ha evolucionado hacia un sistema replicable que mantiene el foco en el comprador, no en la propiedad. Esto ha sido posible gracias a una metodología flexible, formación constante y procesos que ofrecen autonomía operativa sin perder coherencia estratégica. Pero también ha exigido un cambio de mentalidad: dejar atrás la visión tradicional de inmobiliaria y entender que el PSI no vende casas, sino que acompaña decisiones trascendentales. Esto implica una profunda vocación de servicio, ética profesional y visión de largo plazo.
En ese tránsito hacia la escalabilidad, el perfil del franquiciado ha resultado determinante. Los profesionales que encajan en este modelo son aquellos con mentalidad consultiva, capacidad de análisis, y compromiso con la exclusividad del cliente. Desde 2021, casi un 70?% de los nuevos franquiciados de la red provienen de sectores como la arquitectura, el derecho, la inversión patrimonial o incluso la inmobiliaria tradicional, atraídos por la posibilidad de trabajar con mayor profundidad, autonomía y propósito. Una red que ya supera los 50 franquiciados activos y gestiona más de 240 operaciones al año.
Por supuesto, la expansión ha traído sus propios retos. En algunos momentos, el crecimiento superó la capacidad de acompañamiento desde la central, lo que llevó a reajustar ritmos y reforzar la formación. También fue necesario reforzar la cultura del modelo: esto no va de captar pisos y esperar compradores, sino de generar confianza y reputación local desde cero. Y todo ello en un mercado donde la figura del PSI aún no es ampliamente conocida, lo que obliga a cada franquiciado a compaginar su actividad diaria con una labor constante de divulgación.
La figura del franquiciador también ha cambiado. Ya no basta con ofrecer una marca y un manual operativo. En modelos de alta especialización como este, el franquiciador debe ser mentor estratégico, facilitar herramientas y tecnología, anticipar tendencias y, sobre todo, crear oportunidades reales de negocio. Un ejemplo de ello es el Club Inversor impulsado por la red, donde los PSI pueden actuar también como project managers, generando valor añadido en operaciones complejas y de alto impacto.
Las tendencias del sector inmobiliario apuntan hacia la especialización, la integración de servicios y la humanización de la experiencia de compra. Los modelos generalistas tienden a perder terreno frente a aquellos que ofrecen profundidad y soluciones reales: desde el análisis de inversión hasta la fiscalidad o la financiación hipotecaria. En este contexto, la tecnología es imprescindible, pero no sustituye el criterio humano: es una herramienta, no un fin. Y cada vez más franquicias se alinean con un propósito claro, buscando no solo rentabilidad, sino impacto y diferenciación. De hecho, no es casualidad que más del 80?% de los clientes del modelo PSI lleguen por recomendación directa o repitan experiencia.
La tecnología, por supuesto, es una aliada imprescindible en este camino. Pero no se trata de dominar herramientas complejas, sino de saber apoyarse en ellas para dar un mejor servicio. En este modelo, el criterio humano y la vocación de acompañar siguen siendo el corazón de todo. Porque cuando el diseño está centrado en el cliente y la propuesta de valor es clara, escalar sin perder la esencia no solo es posible, sino también deseable.