
La Comisión Europea acaba de publicar el nuevo Reglamento ómnibus basado en la reciente "Brújula Europea de la Competitividad", propuestas muy ambiciosas y que están dirigidas a aumentar la competitividad de las empresas europeas en un mundo marcado por el ascenso de China y el repliegue de Estados de Unidos.
Para hacerlo, la Comisión revisa la maraña de normas aprobada durante la legislatura pasada y alcanzar un ecosistema regulatorio más proclive a la inversión, la innovación y la seguridad jurídica. Esto se debe, entre otras cosas a la avalancha normativa: en los últimos cinco años, la UE ha adoptado un total de 13.000 actos legislativos mientras que, por contra, Estados Unidos no superaba los 3.500. Una producción normativa excesiva y compleja que no ha servido para dejar atrás el peligro que supone que Europa solo cuente con 8 empresas entre las 100 mayores compañías tecnológicas del mundo o que nuestro mercado interior haya pasado de representar el 31% global en 2004 al 17% actual.
Hay que rectificar el camino, porque esta realidad tiene implicaciones profundas. Quedarse rezagados en materias como la inteligencia artificial o computación cuántica, precisamente en este momento, compromete nuestra pujanza presente y futura. No podemos permitir que mientras EE.UU. y China innovan y compiten, Europa solo regule. Si el exceso de regulación de normativas ha frenado la innovación, debemos ir en la dirección contraria: simplificar, organizar, reducir trabas, priorizar, armonizar normativa y fortalecer nuestro mercado único.
Sin embargo, existe la sensación en muchos sectores productivos de que cada vez que descubren las respuestas para adaptarse al marco regulatorio europeo, les cambiamos las preguntas. La pasada legislatura se legisló aceleradamente en demasiadas ocasiones y sin respetar los estudios de evaluación de impacto que hace la propia Comisión (como denuncié en repetidas ocasiones la legislatura pasada). Y existe el riesgo de que ahora estemos actuando igual. Muchas empresas han invertido millones para adaptarse a las reglas de reporting financiero, taxonomía o diligencia debida que aprobamos no hace tantos meses atrás y temen que las revisiones les obliguen a tener que re-adaptarse de nuevo.
La correcta adopción de estas nuevas medidas es esencial para garantizar que se logren los beneficios esperados, pero reabrir el "melón" normativo abre una posibilidad real de solapamiento entre regulaciones que están empezando a entrar en vigor y las adaptaciones futuras a estas mismas normas. Sólo espero que la Comisión entienda que, o paraliza la aplicación de lo malo existente y nos da el tiempo suficiente a los legisladores para corregir errores, o me temo que el remedio será peor que la enfermedad.
Todos queremos un ecosistema europeo que facilite la explosión y consolidación de nuestras startups, que permita la retención y atracción de talento digital, y que logre que invertir y emprender en Europa no sea una quimera. La alternativa —quedarnos de brazos cruzados mientras otras potencias nos superan— no es una opción. Con determinación y visión, Europa puede y debe recuperar su lugar como líder global en la economía del siglo XXI. Competir no es una opción, es una necesidad clave para mantener nuestro estado de bienestar, pero debemos hacerlo con cabeza o seguiremos perdidos buscando el norte.