
La nueva Comisión Europea, con su Colegio de Comisarios ya aprobado, arranca a trabajar esta semana y no tiene ni un minuto que perder.
El nuevo ciclo político 2024-2029 comienza con un entorno geopolítico y económico sumamente incierto. Esta incertidumbre, aunque muy aguda en estos momentos, no es nueva, sino creciente, y está aquí para quedarse. La Unión Europea (UE), tras una pandemia y una guerra en sus fronteras, se ha ido adaptando a un escenario mundial más conflictivo y desafiante, y por ello se consideró a la saliente Comisión como la más geopolítica. La nueva Comisión entrante esperemos que sea la más decisiva y ejecutiva.
En sus Orientaciones Políticas para el nuevo ciclo, la Presidenta Von der Leyen apostó por una Europa decidida a ser audaz y ambiciosa, y a estar fuertemente unida. No exagera al decir que los próximos cinco años definirán la posición que Europa ocupará en el mundo durante las próximas cinco décadas. Y acierta al afirmar que las decisiones de estos cinco años determinarán si construimos nuestro propio futuro "o si dejamos que lo configuren los acontecimientos o los demás". De hecho, la apuesta por una autonomía estratégica abierta debería estar ya muy asentada y la inocencia europea más que superada. Estos mismos autores escribíamos hace varios años al respecto. Al multilateralismo hay que protegerlo y la UE debe seguir siendo su mayor valedor; pero no va a funcionar a pleno rendimiento en el contexto actual. Por lo tanto, la UE debe avanzar sola y seguir fortaleciendo el mercado único a la vez que forja una cada vez más difícil red de aliados comerciales en la que apoyarse. El multilateralismo volverá, pero no sabemos cuándo.
Una Comisión Europea fuerte y asertiva será decisiva sólo si tiene unos colegisladores que estén a la altura. Se necesita que el Consejo y el Parlamento Europeo remen conjuntamente, con luces largas, consensos amplios y realmente entendiendo la urgencia del momento. Menos trílogos eternos y más acción. Es la responsabilidad de los 27 que esto ocurra, a todos los niveles. Hay que acelerar la marcha. Dejemos de lamentarnos de qué ocurre en otros países y cómo nos afecta, y pongamos todo nuestro foco en acelerar políticas comunitarias efectivas y dotadas de una financiación ambiciosa; en construir una UE más competitiva y resiliente, y en reforzar la Unión para el futuro. La seguridad económica y territorial europea, es decir, nuestro porvenir y prosperidad, dependen de ello. No hay tiempo que perder.
Durante el impasse del cambio de ciclo político nos hemos beneficiado enormemente de los informes Letta y Draghi que han aportado un diagnóstico claro y certero, y han formulado soluciones muy válidas. Pero ese periodo de reflexión y análisis acabó y se debe pasar rápidamente a la implementación de acciones conjuntas que de manera firme y con visión a largo plazo refuercen la base productiva y tecnológica del continente. La rapidez de decisión y ejecución es esencial, especialmente para ofrecer soluciones pragmáticas, innovadoras y efectivas a un tejido económico y social que crea y apueste por "más Europa". Hay que hacer frente al pesimismo y demostrar el gran valor de nuestras instituciones europeas. La fragmentación del mercado único sólo nos llevará a la irrelevancia.
El nuevo Comisario de Transporte Sostenible Tzitzikostas necesita abordar este reto con alta prioridad y acelerar la racionalización y armonización de normas nacionales del sector ferroviario y promover la simplificación regulatoria propia de una Europa más fácil y rápida en consonancia con el propósito de esta Comisión. Igualmente, el despliegue completo del Sistema Europeo de Gestión de Tráfico Ferroviario (ERTMS) será fundamental para ofrecer las condiciones necesarias de interoperabilidad y de conexión real entre Estados miembros.
El anuncio de un Plan de Inversión para el Transporte Sostenible, que prioriza inversiones en soluciones de descarbonización, es bienvenido, sobre todo si es capaz de ampliar la financiación que requieren los proyectos de gran envergadura y de impulsar la innovación y la digitalización del sector. Hasta el momento, hemos visto dotaciones presupuestarias y financieras insuficientes y no alineadas con la magnitud de los ambiciosos objetivos de redes ferroviarias paneuropeas. Se necesita una inversión ingente en proyectos de infraestructuras transfronterizas, donde el mecanismo de financiación Conectar Europa (CEF por sus siglas en inglés) sirva de acelerador.
Estas redes transfronterizas serán también clave para apoyar la política europea de defensa. El sector ferroviario puede jugar un papel esencial en la movilización multimodal de mercancías y equipamiento militar por todo el continente. Para ello, hay que abordar los obstáculos aún existentes, empezando por una apertura efectiva de la circulación de mercancías entre Estados miembros, que facilitará a su vez la rápida movilidad de las cadenas de suministro e impulsará la base industrial y exportadora de la Unión.
Europa tiene una ventaja comparativa con su industria ferroviaria, una de las pocas cadenas de valor completas y competitivas globalmente que nos quedan en la UE. Aprovechemos este potencial para reforzar nuestra autonomía estratégica europea y la cohesión económica, social y territorial de la Unión. Que el tren sirva realmente de propulsor de una transición ecológica competitiva y de conector de una Europa cada vez más unida.
Más unida y más protegida de populismos. Donde los valores económicos y sociales de la industria europea sean incentivados y capitalizados. Como evocaba Josu Jon Imaz en su artículo Industria o Populismo, defendamos un modelo de competitividad que refuerza la industria, la innovación y los avances tecnológicos, y aprovechemos las oportunidades y avances sociales que éstos generan, alejándonos de debates estériles y fragmentaciones artificiales. Recuperemos lo que ha caracterizado a la UE desde sus inicios, dar un horizonte estable de progreso económico, social y cultural a todos los europeos, con más consensos amplios y menos polarización que sólo beneficia a los extremos y propicia la desafección (al espíritu europeo). La UE debe estar "unida en la diversidad", especialmente ante la adversidad.
Afrontemos lo que ya no es un pronóstico, sino una realidad: debemos avanzar solos. Sólo de nosotros, los europeos, depende nuestro futuro.