
Un nuevo capítulo de esta saga se estrenará próximamente por cortesía de la UE y el nuevo reglamento sobre envases y sus residuos que se lleva debatiendo en el seno de la institución desde hace más de un año. Si bien la propuesta inicial ha sido atenuada a través de las comisiones de trabajo, el pasado noviembre superó el trámite de aprobación en el Parlamento. Por tanto, su llegada es inminente e implicará nuevas condiciones en la comercialización de envases, esta vez de manera armonizada por los diversos estados.
Dicha norma deroga la anterior de 2018 que, por su rango de Directiva, permitió que cada país aplicase localmente un marco diferente con marcadas desigualdades, una de las deficiencias que se quiere corregir ahora con este nuevo Reglamento. En general, lo que cambia respecto al statu quo vigente es una mayor restricción a la comercialización de envases de un solo uso, cuestionando su necesidad real; fomentar el uso de envases reutilizables a través de sistemas de depósito y retorno; y finalmente, un aspecto que resulta un gran avance: la implementación de un sistema de etiquetado común sobre la composición y reciclabilidad de los materiales incluidos en el envase. Y es este último aspecto, el informativo, donde creemos que se puede obtener un beneficio más significativo desde el punto de vista del consumidor.
En los últimos años se ha declarado una verdadera guerra al plástico como material icónico culpable del cambio climático y la contaminación en los océanos, sin entrar en otros aspectos como el uso y abuso que hacemos los consumidores de dicho material. Esto ha provocado un efecto de búsqueda de envases alternativos por parte de las empresas, en ocasiones tanto o más nocivos para el medio ambiente que el mismo plástico. De ahí la constatación de que las empresas compiten, no siempre de manera cien por cien honesta, para presentarse como las más respetuosas con el medio ambiente en su envasado y su gestión posterior.
Esta desinformación carente de control provoca dudas entre los consumidores y desvía el foco sobre el verdadero problema: los hábitos de consumo, los altos niveles de desperdicio y lo poco y mal que aún reciclamos. Pero hay esperanza al respecto si esta normativa permite finalmente cerrar el debate respecto al envase bueno y el malo, sabiendo que en ocasiones el mejor es el no-envase.
La nueva reglamentación introduce un concepto que ya está en uso en algunos países de la UE: el sistema de depósito, devolución y retorno (SDDR). Si bien está demostrado que multiplica las tasas de retorno de envases (en Alemania son cercanas al 98%) es un mecanismo costoso que debe ser organizado de manera estatal en coordinación con la industria del gran consumo, y con un impacto sobre el precio de adquisición que puede representar un freno para la industria en algunos productos.
Cualquier avance legislativo que acelere la transición hacia una mayor circularidad en la economía de consumo es bienvenido, pero en ocasiones su mala ejecución le hace perder efectividad y acaba provocando efectos indeseados. La industria está realizando un gran esfuerzo desde hace años para readaptar sus formatos y materiales a las nuevas necesidades, que no olvidemos vienen motivadas tanto por los requisitos legales como por los propios consumidores y sus requerimientos. Por tanto, harían bien los estados en combinar esfuerzos normativos con otros de concienciación y educación y respetar los tempos de adaptación de ambos actores a la nueva realidad, dada la diversidad de sectores afectados.
La solución pasa por cooperar y comprender los riesgos que supone una aplicación indiscriminada, sin distinguir entre productos o sectores, para conseguir un progreso adecuado y uniforme que permita aplicar nuevas normas en adelante con mayor grado de eficacia, sin dejarse a nadie por el camino.