Opinion legal

Enjoy the silence

  • La pobreza, en general, asusta y produce rechazo; nadie la quiere, infunde temor por evidenciar lo que no queremos ser y lo que podemos llegar a ser
Una familia de extranjeros ante una vaya que les impide el paso. Istock

Cuando se escriben estas líneas estamos en los días previos a unos nuevos comicios nacionales y dudo que, en este escenario, sea casualidad la aparición de alocuciones de partidos políticos sobre un supuesto trato de favor a los extranjeros residentes en nuestro país en la concesión de ayudas públicas.

En concreto se vuelve a la carga con unas prestaciones con un amplio efecto y marcado carácter social como son las ayudas al alquiler, de las que se dice, sin mayor razón, que se otorgan en su mayor parte a los extranjeros, discriminándose a los nacionales.

La demagogia es doble: se estigmatiza a los migrantes que arrebatarían estas ayudas a sus legítimos destinatarios, los españoles, y se irroga a éstos una condición de víctimas en una especie de falaz "rapto de sabinas", que, por unos, se tiene como una clara manifestación xenófoba, pero que, en otros, cala de una manera intensa.

Dichos datos parten de la propia legislación en materia de extranjería: así, el artículo 14 de la Ley Orgánica sobre derechos y libertades de los extranjeros en España y su integración social recoge que para acceder a las prestaciones de la Seguridad Social y de los servicios sociales es necesario tener residencia legal, y en este caso el acceso se produce en las mismas condiciones que los españoles.

En materia de vivienda, el artículo 13 señala que, "en todo caso, los extranjeros residentes de larga duración tienen derecho a dichas ayudas en las mismas condiciones que los españoles".

La propia regulación de las ayudas al alquiler, contenida en el Plan Estatal de Vivienda 2018-2021 (Real Decreto 106/2018) y las convocatorias de las distintas CC.AA., en modo alguno, discriminan ni pueden discriminar a los nacionales frente a los que no lo son, sino que regulan su concesión en base a criterios de capacidad económica, edad y familiares.

Da por pensar en aquellos en quienes calan estos mensajes pues es dudoso que todos ellos estén impregnados de la xenofobia de aquellos que los urden

Unos datos que, si se contrastan con los de la población en el año 2018 en esta Comunidad (Informe de la población extranjera empadronada en la Comunidad de Madrid, realizado por su Observatorio de Inmigración), donde el 85,90 por ciento corresponde a población nacional (5.794.580) y sólo el 14,10 por ciento (950.916) a extranjera, evidencian cierta correspondencia entre estos porcentajes y los de ayudas concedidas a cada colectivo.

Con todo, da por pensar en aquellos en quienes calan estos mensajes pues es dudoso que todos ellos estén impregnados de la xenofobia de aquellos que los urden; sin embargo, sí parece que lo que está presente es ese mal conocido como aporafobia, o fobia a la pobreza, acuñado por Adela Cortina en 2017.

Es claro que cuando hablamos de extranjeros nos movemos en polos opuestos, los del deseo y la emulación más reconocida (turistas, artistas y deportistas de éxito, etc.) por un lado, y por otro, los del rechazo más expreso, concretado, como hemos visto, en los inmigrantes con menos recursos.

La diferencia radica precisamente en este último elemento: los primeros disponen de capacidad económica; los segundos no. Se trata así pues de una cuestión económica y no de origen, racial ni étnico, lo que mueve nuestro ánimo bien a la empatía, bien al desapego y al rechazo.

La profesora Cortina lo ha explicado desde la idea de rechazo general a la pobreza; a la pobreza se la trata de invisibilizar. ¿Por qué? Porque el hombre es un animal social y, como tal, le gusta estar con los que son como él y rechaza o huye de los que no lo son y así pueden constituir una amenaza.

Además, es un animal reciprocador, el hombre está dispuesto a dar con tal de recibir: es la idea de sociedad basada en el pacto, en el intercambio.

Así, se acepta a los que tienen que darnos, y se acepta aún mejor a aquellos que más tienen que darnos, aunque sea, sólo con su proximidad, una mejor imagen social.

Pero ¿qué sucede con aquellos que (aparentemente) no tienen (nada) que dar, como son aquellas personas con muy escasos recursos económicos?

Ocurre que, primero, son arrojados de nuestra sociedad por no encuadrar con los cánones de éxito basados en el recurso económico que son propios de una sociedad capitalista como la nuestra.

Y además son víctimas de rechazo, pues generan temor: ya no es sólo que esa persona no me pueda aportar nada (desinterés), sino que nos atemoriza el que pueda querer aquello que entendemos nos pertenece en exclusiva (posesión).

La pobreza, en general, asusta y produce rechazo; nadie la quiere, infunde temor por evidenciar lo que no queremos ser y lo que podemos llegar a ser.

Es el callejón de atrás de nuestra sociedad en la cual no tiene cabida; lo feo; lo que se trata de ocultar y tener lejos; lo que, para muchos, no debiera estar y, además, causa pavor, pues se ve como una amenaza a una plácida situación.

Una falacia elocuente que ya hemos visto que cae en el extremo de su destinatario: es falso que los extranjeros se lleven ni todas ni la mayor parte de las ayudas públicas, y es falso también que se discrimine a los nacionales frente a aquellos.

Pero también es rotundamente falso que los recursos sean generados exclusivamente por los ciudadanos nacionales, pues, como es sabido, los migrantes legales (que son los que pueden optar a las ayudas públicas) contribuyen también a la generación de los recursos públicos de las que aquellas se nutren, incluso como ha puesto de manifiesto algún estudio (Inmigración y Estado de bienestar en España, Obra Social La Caixa, 2011), en mayor cuantía que lo que reciben.

Con razón(es) hay que elevar sin miedo la voz contra los que usan la demagogia contra el propio hombre porque, como dijo Luther King, no duelen los actos de la gente mala, duele la indiferencia, el silencio, de la gente buena.

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