
Este domingo, cuando los españoles nos pongamos otra vez delante de las urnas se nos pedirá, nada menos, que nos posicionemos sobre cuestiones tan profundas y diversas como quién dirigirá la Comisión Europea durante los próximos años.
Seis candidatos de los que conocemos poco, por no decir nada, de entre los cuales destacan, porque así ha sido desde 1979, el alemán Manfred Weber, digamos de centro derecha, representante del Partido Popular Europeo; y el holandés Jans Timmermans, digamos de centro izquierda, representante del partido socialista europeo. Pero no solo esto.
Tendremos que valorar qué bloque político europeo impondrá sus tesis sobre las perspectivas financieras de la Unión para los próximos siete años, sobre la PAC, sobre la defensa común de Europa, sobre la Unión Bancaria o si, Brexit mediante, los españoles pasaremos de ser receptores netos de fondos europeos a contribuyentes netos. Pero, por cosas de la democracia representativa, e imagino que del ahorro de costes, introduciremos también otras papeletas para valorar la gestión y, en su caso, cambiar o mantener al responsable de la recogida de basuras, de la gestión del tráfico, de la seguridad o de la calidad del aire de la ciudad en la que habitamos. Y, por si esto no fuera poco, decidiremos sobre quién gestiona aspectos tan próximos a nuestro bienestar como la educación de nuestros hijos o la calidad de la atención sanitaria que vamos a recibir en la próxima legislatura.
Desconozco si existe ya, pero no cabe duda de que pronto los psicólogos incorporarán a su oferta de servicios el "estrés democrático" como una nueva patología caracterizada por tener que dar opinión al mismo tiempo sobre cuestiones crecientemente complejas, en buena medida desideologizadas, y sobre las que la inmensa mayoría de los ciudadanos no se siente preparada para responder o, cuando menos, implican un hastío que se transforma en una abstención tan elevada que, sorprendentemente, a muchos tertulianos y políticos, les causa cierta depresión porque, cómo no y de nuevo, "nos estamos jugando mucho en estas elecciones".
Lo que nos dicen los expertos y el sentido común es que no habrá una alteración esencial de las tendencias que se pusieron de manifiesto el pasado 28-A
Así las cosas, tratar de hacer predicciones sobre lo que ocurrirá el domingo forma parte más del terreno de las casas de apuestas que del análisis político. Esta inflación de opinión democrática tiene un resultado muy evidente y es el reduccionismo, por no decir simplismo, político a la hora de decidir. Los asuntos de las campañas, al menos los que interesan a la mayoría de los medios de comunicación, siguen siendo los mismos que en las elecciones generales de hace menos de un mes y los personalismos cainitas siguen imperando sobre las propuestas. En estas condiciones, tratar de determinar los resortes del voto de los españoles es tarea complicada. Podría darse el caso, genuinamente democrático, de que un votante eligiera una opción política diferente para cada una de las tres urnas que mañana atacaremos, pero, francamente, no es ese el resultado más probable. Lo que nos dicen los expertos y el sentido común es que no habrá una alteración esencial de las tendencias que se pusieron de manifiesto el pasado 28-A. Más allá de localismos y de simpatías personales minoritarias, no se esperan grandes vuelcos en los resultados tomados en términos absolutos. No obstante, no me resisto a hacer algunos comentarios, que tratan de quitar algo de dramatismo a la montaña rusa emocional en la que estamos convirtiendo la política española.
Nadie espera trasvase de votos entre los dos grandes bloques políticos por lo que seguimos viviendo en un bipartidismo tácito
Es probable que el PP recupere algo del terreno perdido en las elecciones del finales de abril que, en todo caso, incorporaba mucha de la inercia que ya se demostró en la enorme pérdida de votos de 2015. No parece que lo vaya a hacer a costa de Ciudadanos, que mantiene su lento, pero sólido, ascenso, basado en una imagen colectiva que mezcla juventud, aire fresco y sintonía con las nuevas formas y tendencias del siglo XXI. Probablemente, si el PP logra recuperar votantes será a costa de Vox, tanto por su limitada capilaridad como porque muchos de sus votantes de abril, alrededor de un millón y medio, vieron que su voto quedó en el olvido sin representación parlamentaria. Sea como sea, lo cierto es que nadie espera trasvase de votos entre los dos grandes bloques políticos por lo que, aunque para muchos no sea así, seguimos viviendo en un bipartidismo tácito, con cinco patas que -a la fuerza ahorcan- es muy probable que en el medio plazo vuelva a un número de competidores más reducido simplemente porque en este mercado no hay espacio para tantas empresas.
Es muy curioso cómo se nos llena la boca para describir la alternancia de gobiernos de diferentes partidos como un síntoma evidente de la salud democrática de cualquier país, algo que, por cierto, nos viene ocurriendo desde principios de los 90. Sin embargo, cuando ocurre en España siempre lo convertimos en un fracaso inmisericorde del que pierde. Lo ciclos políticos existen y existen afortunadamente. Le llegó su hora a Andalucía y probablemente le llegue su hora a Madrid y a todas las comunidades autónomas en las que un mismo partido lleva décadas gobernando. Y eso, nos guste o no, es síntoma de calidad democrática.
La aparición de partidos radicales por la izquierda y por la derecha tampoco es algo inusual en los tiempos que corren, por lo que de lo único que se puede acusar a nuestro país es de ser pasto de las mismas tendencias que ocurren en el resto de Occidente. Nos pasamos la vida tratando de buscar el centro político cuando el centro político hoy es el propio funcionamiento democrático.
Dejemos que los votantes decidan, dejemos que se formen gobiernos de coalición, dejemos que las cosas pasen naturalmente y, sobre todo, dejemos que sean las ideas y no las personas las que convenzan a los ciudadanos. Mañana veremos lo que ocurre, pero lo que ocurra, afortunadamente, será porque los españoles así lo hemos decidido.