
Hace unos días un periodista inglés escuchó por casualidad en el bar de un hotel de Bruselas una conversación en la que Olly Robins, el jefe de los negociadores británicos, explicaba a sus interlocutores la posición de su jefa. Fue inmediatamente reproducida en los medios como gran noticia, lo que nos da una idea de la incertidumbre e ignorancia en las que se mueven los encargados de informarnos a los demás. La primera Ministra no quiere o no sabe explicarse, según el Financial Times, por incompetencia. El jefe de la oposición no se atreve a descubrir sus cartas por miedo a una sublevación interna y los medios, incluso los más serios, se ven en la necesidad de divulgar lo que desconocen.
En España el problema se reproduce puesto que, con la excepción de algunos corresponsales o de veteranos conocedores de la política británica, la mayoría no entiende muy bien lo que ocurre -algo lógico- y tienen que centrarse en un par de asuntos. El primero es el llamado irish backstop, un acuerdo entre el Reino Unido y la UE que permitiría mantener las fronteras abiertas en el conjunto de Irlanda en caso de que ambas entidades no llegaran a un acuerdo global.
El segundo es el que afecta al turismo. Recordemos que los británicos se gastaron el pasado año cerca de 13.000 millones en España, 19.000 si incluimos los gastos de transporte y otros realizados localmente y relacionados con el viaje.
La principal preocupación de los medios se basa en las dificultades que tendrían las compañías aéreas para acomodarse a las nuevas exigencias legales, la posible implantación de visados y la situación de los británicos residentes en España -que oficialmente son 250.000 pero en realidad la cifra supera los 850.000- y de los españoles allí -unos 300.000.
Los portadores de malos augurios que vieron frustradas sus ilusiones en julio vuelven a la carga con la esperanza de que ahora sí haya una hecatombe. Un comentario técnico del Vicepresidente Ejecutivo de Meliá Hotels en el que señalaba lo importante que era el turismo británico para nosotros y que si todo saliera mal se podrían llegar a perder el 20% de los turistas, es decir tres millones seiscientos mil, se convirtió inmediatamente en una certeza de que con un Brexit duro íbamos a perder esos turistas y que los residentes británicos en nuestras costas tendrían que irse al no poder ser atendidos por nuestra Seguridad Social.
Pero en contra de esos pesimistas creo que hay que hacer una llamada al sentido común, dejando los tecnicismos para más adelante.
Observemos la situación con un gran angular y veremos como las compañías aéreas se están acomodando rápidamente a la nueva situación -sea esta la que sea- y que Iberia va a seguir volando entre Madrid y Barcelona o entre Madrid y Buenos Aires, a pesar de lo que le hubiera gustado a Air France. Como Gran Bretaña nunca ha estado en el tratado de Schengen no hay aquí ni habrá variaciones. Los residentes británicos seguirán disfrutando de la Seguridad Social por el acuerdo entre ambos países. Todas estas afirmaciones no se basan el profundo conocimiento de los posibles acuerdos o la falta de ellos, de si Gran Bretaña sigue o no en la UE -previsiblemente no- sino en el conocimiento de la fuerza electoral de las partes en juego. No hay gobierno británico que tenga la fuerza suficiente como para dificultar las necesarias vacaciones de sus súbditos en nuestra acogedora y soleada tierra, ni hay gobierno español que pueda hacer algo diferente a acogerles con entusiasmo cuando llegan a nuestras costas o ciudades. Y lo mismo vale para los residentes.
El Brexit no es el principal problema de nuestro turismo en este año que empieza, ni Gran Bretaña el mercado que más va a sufrir, aunque por supuesto una posible devaluación o una pérdida de renta disponible nos perjudicarían. Habrá que estar atentos a la crisis de madurez de tantas compañías de bajo coste, y no solo en sus aventuras intercontinentales. La quiebra de Germania ha retirado del mercado 800.000 plazas, fundamentalmente desde Alemania, y la situación de Norwegian es preocupante. Y atentos también a la de los turoperadores tradicionales que están buscando una nueva fórmula de negocio . Uno de los dos grandes, Thomas Cook, ha puesto a la venta su división aérea que cuenta con más de cien aviones.
Una Alemania al borde de la recesión y con una tradición de ahorro sin equivalente en toda Europa es el mayor riesgo de nuestro turismo este año