
El espectacular colapso de la lira turca no ha sido una sorpresa. La gravedad se ha debido a las dimensiones de la deuda externa con una dependencia excesiva de divisas extranjeras. La intromisión de Recep Tayyip Erdogan en decisiones monetarias hizo el resto asustando a los inversores. Probablemente el mismo autócrata advirtió la crisis y adelantando las elecciones quiso anticiparse a lo inevitable.
El caos ha originado nerviosismo en otras economías emergentes con altos niveles de deuda. Con todo, el caso de Turquía es especial. La deuda en moneda extranjera, como porcentaje de su PIB, es más alta que en otros emergentes. A pesar de que la lira se recupera gracias en parte a la inversión de Qatar, continúa la inquietud por la eventualidad de un contagio.
Lo que causa estupor son los giros o replanteamientos que la política exterior de Turquía está experimentando con motivo de lo sucedido. Erdogan, un político llegado al poder en medio de un bache financiero, enderezó las cuentas y mejoró las condiciones de vida de sus conciudadanos en los primeros años. Después pasó a arruinar lo construido por el ansia de ejercer un poder sin contrapesos, interviniendo activamente para hacer de su país una potencia regional. La causa inmediata de la crisis es económica aunque por lo expuesto sus causas, resultados y efectos no pueden analizarse solo desde esta variable.
Ni siquiera la espiral entre Turquía y EEUU se agota en el aspecto económico. La decisión de Donald Trump de aumentar los aranceles al aluminio y al acero turco solo ha sido el catalizador de la crisis. En respuesta, su homólogo Erdogan anuncia represalias dejando de importar productos fabricados en EEUU. Pero la disputa contiene también claros elementos políticos. El mandatario turco lleva tiempo pidiendo la extradición de Fetullá Gülen, teólogo al que considera instigador del fallido golpe de Estado en 2016. Por su parte, Washington reclama la liberación de un pastor evangélico encarcelado en octubre de ese año y bajo arresto domiciliario.
Si bien Erdogan habla de ruptura, ha sido él mismo quien la provocó. Ahora recuerda a Washington que Ankara es miembro de la OTAN, mientras que fue él quien socavó la confianza de la organización hacia Turquía con sus intervenciones contra los kurdos sirios, aliados de Occidente. Sin mencionar su desconcertante acercamiento a Rusia, enemigo desde hace siglos, e Irán, rival regional. Quizá debería darse cuenta de que estos dos países, en plena crisis monetaria, no pueden constituir una alternativa viable para estabilizar el suyo. Sin embargo, se estudia la posibilidad de celebrar un nuevo encuentro trilateral entre los tres países a inicios de septiembre.
Irán y Turquía han desarrollado una relación, en general, pacífica. El problema es la pertenencia del segundo a la OTAN, en concreto la instalación de misiles de EEUU en su territorio. Y ambos tienen diferencias hacia el régimen de Asad en Siria.
Erdogan necesita aliados. Qatar y Azerbaiyán le brindan ayuda. Tras Rusia e Irán busca el apoyo de China. Ankara y Pekín coinciden en no aceptar las sanciones reimpuestas por EEUU a Irán. Esto a su vez agrava las relaciones con Arabia Saudí que está formando con Israel, Emiratos Árabes Unidos, EEUU y Egipto una alianza antiraní. Arabia Saudí desaprueba, además, que el Gobierno de Erdogan haya roto el bloqueo que Riad impuso hace dos años a Qatar.
La OTAN atraviesa un momento incómodo en el que dos de sus miembros se encuentran enfrentados. La situación de la UE es complicada. Alinearse con el Gobierno estadounidense hubiera sido en condiciones normales la respuesta natural, mas Trump ha llamado "delincuentes" a los aliados, y Turquía es un vecino inestable y demográficamente gigante, con el que es mejor llevarse bien.
El impacto de la crisis turca con respecto a la UE no se reduce al interés económico de bancos y empresas europeas. Hay que incluir asimismo en la ecuación otros dos aspectos. Uno, el energético. Rusia y Turquía construyen un gasoducto que atraviesa el mar Negro con la participación de empresas europeas para llevar gas a los Balcanes. El segundo es que según Naciones Unidas, Turquía tiene en su territorio más de tres millones de refugiados. La mayor cantidad del mundo. La desestabilización económica podría provocar que millones de personas cruzaran el Bósforo para entrar en Europa. A nuestro continente le conviene sobremanera una economía próspera en Turquía. De modo paradójico Trump ha conseguido rebajar la tensión entre Ankara y Bruselas.
La autocracia turca nos conduce a un forzoso compás de espera e incertidumbre. Las consecuencias geopolíticas de la crisis son imprevisibles. Y no han hecho más que comenzar.