Hace unos tiempos lo único que teníamos eran jardines vallados. Para aquellas personas demasiado jóvenes para recordarlo, este concepto se refiere a las tiendas de aplicaciones móviles que existían antes de la llegada de Google Play o la App Store de Apple.
En aquel entonces, los teléfonos no eran realmente inteligentes y las tiendas, los dispositivos y las propias apps estaban vinculadas a una única operadora de móvil. Elegías una operadora, seleccionabas un teléfono de su exclusivo pero limitado catálogo y pasabas a vivir en un pequeño ecosistema completamente aislado del de tus amistades y colegas, que habían seleccionado el jardín de al lado (con apps diferentes pero con frustraciones y quejas parecidas).
Esta época pre-Android tampoco era particularmente buena para los desarrolladores, encerrados también en estos jardines vallados y sus pequeños y fragmentados mercados.
Por suerte, el mercado de la tecnología es muy dinámico y competitivo y, en la década siguiente, los teléfonos y plataformas móviles crecieron, maduraron y, poco a poco, fueron destruyendo estas vallas y muros.
El fin de estos jardines vallados fue una bendición para los desarrolladores que han diseñado las grandes aplicaciones que venimos disfrutando desde entonces. En lugar de tener que escribir y reescribir el mismo código para adaptarlo a docenas de dispositivos incompatibles entre sí y con diferentes sistemas operativos, podían enfocar sus esfuerzos en el núcleo de su aplicación.
En lugar de buscar un mercado de usuarios a partir de un mosaico confuso de aplicaciones, teléfonos y sistemas operativos, podían confiar en la fuerza de Apple y Google para poner orden en el ecosistema de operadoras, limitar la fragmentación y proporcionar acceso a miles de millones de usuarios tan solo diseñando sus apps para unas pocas plataformas. Ha sido una era dorada para el software y para la libertad de elección de los consumidores.
Desgraciadamente, esta era dorada podría llegar a su fin ahora que la Comisión Europea ha anunciado su decisión en el caso sobre monopolio de Android. La decisión es que Google debe dejar de usar Android como plataforma para promover sus propias aplicaciones. Sabemos que no existe un mercado en el que la competencia esté perfectamente equilibrada, pero el modelo de Android se basa más en la publicidad y en el marketing que en la existencia de barreras frente a la competencia. Los consumidores demandan una selección básica de aplicaciones en sus dispositivos y los fabricantes instalan tanto las aplicaciones de Google como otras que consideren oportunas.
La publicidad que Google hace de sus propias aplicaciones no genera ningún tipo de recelo entre los desarrolladores, porque sabemos por experiencia que los consumidores descargan y usan varias aplicaciones incluso para las tareas más habituales del smartphone. Los desarrolladores valoran más la estabilidad y competitividad del ecosistema que el hecho de compartir el espacio en la pantalla con Google (como señalan las muestras de apoyo que ha recibido Android en este caso). De hecho, sería extraño que la compañía que da soporte a todo el ecosistema estuviese en desventaja precisamente por hacerlo. Quedan pocos ejemplos de mercados en el que los socios no sean a la vez competidores, así que la pregunta que debemos hacernos es si la intervención de la Comisión Europea mejora o no las cosas.
Para los desarrolladores, es probable que el resultado sea la vuelta a un mercado fragmentado. Las aplicaciones no serán diferentes solo entre dispositivos iOS de Apple y Android, sino que proliferarán nuevas combinaciones de hardware y software creados por los principales fabricantes de telefonía. Los desarrolladores van a verse obligados a especializarse en segmentos y mercados muy específicos, porque desarrollar para todas las plataformas resultantes va a resultar demasiado costoso.
No todos los desarrolladores y plataformas sobrevivirán. La era de los pequeños desarrolladores independientes también podría llegar a su fin, dado que las diferentes plataformas tratarán de asegurarse el soporte de las aplicaciones y funciones más populares. Es irónico, pero este futuro se parece mucho al pasado, con jardines vallados que ahora estarán en manos de los fabricantes en lugar de las operadoras.
Los desarrolladores están acostumbrados a un mercado dinámico, y no me cabe ninguna duda de que se adaptarán. Mientras la Unión Europea ha centrado su atención en los teléfonos móviles, el mercado se ha ido desplazando hacia lo que se conoce como Internet de los objetos (IoT), los asistentes virtuales, interfaces de voz y la creciente complejidad de la inteligencia artificial y la automatización industrial -ámbitos en los que los reguladores aún tienen mucho que aprender-.
Es difícil para un regulador estar al día con este mercado. Como ocurrió con el mercado del PC, con el tiempo se establecerán dos o tres ecosistemas de dispositivos y el mundo seguirá su camino. La era del smartphone se desvanecerá, dejando paso a la siguiente revolución. Mi único deseo es que podamos aprender del proceso y hacer estas transiciones más sencillas en lugar de más complejas, tanto para la oleada que se avecina como para la siguiente, y la siguiente, y la siguiente.