Opinión

La nueva Andorra

Foto: Dreamstime.

La Península de los Íberos, corazón del Occidente europeo, está hecha de tres Estados, y no dos como a veces uno piensa: Portugal, España y Andorra. El caso de Andorra es singular en la historia universal, será el único Co-Principado parlamentario y democrático del mundo y en él se verifican las confluencias de varias vecindades y amistades: la designación de los Co-Príncipes por Francia y por el Vaticano, integración de gran calado con la economía española, un gran número de portugueses que viven en el país (en torno al 23% de la población de Andorra) y el catalán como lengua oficial. Esta configuración única, hace de Andorra un hub de seguridad y un marco de estabilidad.

Los años 90 del siglo XX significaron para Andorra la materialización de su plena constitucionalidad y una extraordinaria apertura al mundo con su ingreso en la ONU y en el Consejo de Europa. Andorra edificó un modelo de desarrollo con dos pilares competitivos: la plaza financiera y el turismo de nieve y montaña (más de ocho millones de visitantes satisfechos anuales de los que soy testigo).

Pero Andorra se enfrentó en el nuevo milenio a un triple reto: el cambio de evaluación global sobre los paraísos fiscales, la batalla de las percepciones, tan o más importante que la de las realidades y los efectos de la crisis financiera. Hay que reconocer el impactante cambio operado en y por Andorra: adoptó decididamente las buenas prácticas de transparencia, apostó por una política de colaboración en la información fiscal y se aproximó cada vez más a las amistades bilaterales y multilaterales más convenientes.

En estas materias sensibles, ser constante y cooperante produce resultados positivos en el tiempo; atrás quedaron otros territorios que no han comprendido las nuevas exigencias del ambiente financiero internacional. Andorra ha sido constante en la política general - sus nuevas leyes lo evidencian - y ha ofrecido señales de una efectiva práctica cooperativa de sus instituciones. Cabe incidir en que la complacencia con la evasión fiscal tiene un efecto boomerang y que la opacidad financiera facilita el camino de las amenazas globales a la paz y a la seguridad.

En 2015, los gobiernos de Portugal y Andorra firmaron una amplia Convención para Evitar la Doble Imposición, que contiene una cláusula -la 25ª- de intercambio transparente de información fiscal. Yo estaba en el Gobierno portugués y re-cuerdo la satisfacción por el convenio. Es un ejemplo significativo del progreso de las relaciones bilaterales -y de la voluntad de Andorra en internacionalizarse con transparencia-. Andorra ya extendió a 7 sus CDI -por ejemplo, también con España y con Francia- y a 24 sus acuerdos de intercambio de información. El haber alcanzado estos registros se produjo paralelamente a la firma de un convenio multilateral con la OCDE para la incorporación del estándar internacionalmente reconocido en la lucha contra la evasión y el fraude fiscal. También avanzó en las negociaciones del Acuerdo de Asociación con la Unión Europea, que habría sido mucho más difícil y lento sin las reformas decididas de Andorra.

En pocos años, el marco jurídico andorrano cambió seriamente de color y los mercados e inversores reforzaron su confianza en la plaza. Por eso, cuando la Unión Europea publicó su célebre lista negra, Andorra por derecho y méritos propios no estaba en ella. A mi juicio, el hecho de que aún frecuente la lista gris es cuestión de tiempo, porque sus nuevos convenios y leyes -incluso la reforma fiscal interna, sobre todo con la tributación de las rentas-, ya están finalizados. El esfuerzo, muy saludado por Portugal, valió la pena. Es una Andorra nueva, competitiva para invertir e interesante para aplicar capitales, con entidades bancarias ya presentes en cuatro continentes, comprometida con bajos impuestos (buena opción) y buenas práticas (el mejor camino).

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