Opinión

El monopolio de las tecnológicas

La reciente aparición ante el Comité de Inteligencia del Senado Americano de los responsables de los departamentos jurídicos de Facebook, Google y Twitter tenía como objeto determinar el grado de involucración de agencias y empresas rusas con financiación estatal en las elecciones americanas y su posible colusión con la campaña de Trump. Lo que salió a la luz fue la gran cantidad de cuentas en Twitter que eran propiedad de esas agencias y que fueron creadas con el único objetivo de interferir en las elecciones y el número de personas a las que llegaron, tanto desde esa plataforma como desde Facebook o Google, unos 126 millones y la actuación de esas mismas troll farms (granjas de duendes) en la campaña del Brexit, en las elecciones francesas y alemanas y en el procés agitando en favor de la independencia catalana, como ha demostrado El País.

Las plataformas se escudan en la complejidad para evadirse de las legítimas demandas de clarificación en este asunto, tanto del público como de los organismos estatales. Sin embargo han sido capaces de llevar a cabo un razonable control de la pornografía, lo que, aparentemente, es igual de difícil. Hoy día, con los estudios sobre Big Data e Inteligencia Artificial, sabemos que lo importante es la cantidad de información que acumulan y no el diseño del algoritmo por más complejo que sea.

Como la mayor parte de los servicios que prestan son gratuitos han conseguido evitar, hasta ahora, los efectos de la legislación antimonopolística americana. Sin embargo, su imparable crecimiento las convierte en potenciales monopolios. Entre Google y Facebook controlan más del 60 por ciento de la publicidad en Internet y el 90 por ciento de la nueva. WhatsApp, propiedad de Facebook, atiende en muchos países, entre ellos España, al menos al 50 por ciento de las llamadas telefónicas.

A lo largo de la historia cuando se llegaba a una situación similar las autoridades americanas obligaban a la división de esas empresas, como ocurrió con los ferrocarriles en el siglo XIX o con IBM o ATT a mediados del siglo pasado. En realidad, tanto por su uso universal como por el servicio que prestan, se asimilan a las compañías eléctricas o telefónicas, en las que hay supervisión estatal. Deberían ser consideradas como empresas de servicios públicos y reguladas, en nuestro caso por los Estados y por la Unión Europea, de forma similar.

Como el dominio es tan completo, ni siquiera hay otras empresas que las denuncien por abuso de posición dominante por lo que la Comisión Nacional del Mercado de Valores y de la Competencia no ha emitido dictámenes que les afecten.

Quien se ha tomado el asunto en serio es la comisaria de competencia de la Comisión Europea, la danesa Margrethe Vestager, que se queja de la pasividad americana, ha impuesto una multa a Apple de 13.000 millones de euros por impuestos no pagados en Irlanda, otra a Google de 2.420 por abuso de posición dominante y a Amazon por sus acuerdos fiscales con el Gobierno luxemburgués y examina a Facebook por haber ofrecido información incorrecta sobre la compra de Whatsapp.

Todas estas multas históricas han sido criticadas por políticos americanos y por las propias tecnológicas, mientras que Vestager señala que "hay diferencias entre Europa y EEUU sobre los límites a la libertad de los mercados" y ataca tanto a la estructura fiscal de Apple (algunos de cuyos detalles han aparecido en los Paradise papers) como al conjunto de las tecnológicas por debilitar la democracia, según la versión del Financial Times. Pero la crítica de mayor calado político es la que hace al Gobierno americano por negarse a regular a las empresas tecnológicas. Estos son los casos de mayor trascendencia por el peso de las empresas afectadas, pero la argumentación se podría utilizar igualmente para otras como Uber o Airbnb.

Si antes las guerras se disputaban, y algunas todavía se disputan, por el control del territorio, hoy se dirimen por el control de las redes sociales. En ese campo, los americanos llevan una gran ventaja como propietarios de las principales empresas y los rusos como usuarios destacados y expertos en la utilización de las mismas con fines políticos. Es necesario que los europeos espabilemos para no perder esta guerra.

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