Opinión

Salir a bolsa, la mejor publicidad para Uber

Acusaciones de acoso sexual, múltiples demandas, escisiones en la junta, grandes pérdidas, un nuevo consejero delegado elegido a altas horas de la madrugada en medio de una discusión encarnizada sobre qué camino tomar. Por decirlo suavemente, en Uber no se aburren. Dara Khosrowshahi, el nuevo consejero delegado de la aplicación de viajes compartidos, debería volver a ver un par de temporadas de Juego de tronos, porque la empresa parece tan fácil de gestionar como Westeros.

En su breve trayectoria, Uber ha sido un éxito rotundo pero también ha atravesado muchas catástrofes en su gestión. Una telenovela corporativa de lo más amena, que ha mantenido a muchos periodistas entretenidos. Aun así, de la saga se deriva algo importante. Uber, junto con unos cuantos unicornios, se está convirtiendo en un anuncio estupendo de las empresas cotizadas, ahora que está tan de moda cuestionar que las empresas necesiten cotizar y los números han caído en picado. De Enron en adelante, han sido muchas las empresas cotizadas desastrosas. Pero con el aumento de las empresas de tecnología, sus defensores deberían exigir la entrada en Bolsa, no porque necesiten recaudar dinero sino porque puede ayudarlas a ser más responsables.

Una vez instalado de consejero delegado, Khosrowshahi tendrá que darse prisa para convertir Uber en un negocio más normal. Con Travis Kalanick, la empresa tropezó de una crisis a otra. Se hablaba de una cultura interna de hostigamiento y acoso sexual. El propio Kalanick fue sorprendido en una grabación regañando a un conductor a viva voz que se había quejado por la bajada de las tarifas. A principios de año, Jeff Jones, el hombre traído para estabilizar las operaciones, dimitió de repente. ¿La razón? No estaba a la altura de sus 'valores', por lo visto. En el trasfondo se cuecen las demandas por infracción de patentes. Cuando los accionistas convencieron finalmente a Kalanick de que se fuera, tuvo lugar una búsqueda intensa y prolongada de un sustituto. No suena precisamente al enfoque científico de la gestión que enseñan en la facultad de empresariales de Harvard. Pero es una empresa muy grande.

En su última ronda de tasación, se valoró en 66.000 millones de dólares, tanto como lo que Bayer va a pagar por Monsanto, una de las mayores químicas del mundo. Y más de lo que vale AstraZeneca, uno de los principales fabricantes de fármacos del mundo. Desde luego, es una empresa privada pero con las grandes cantidades de dinero que ha recaudado, lo más probable es que cualquiera que tenga dinero en un fondo de pensiones posea una participación directa o indirecta en el negocio. Los fondos que invierten en Uber han recaudado efectivo en todo el mundo. Tiene miles de conductores y cientos de miles de clientes. Su forma de gestión es importante no sólo para un puñado de directivos en su junta.

Tampoco es que sea la única empresa tecnológica en meterse en problemas. Algo similar ocurrió con la empresa de dispositivos médicos Theranos que fundó Elizabeth Holmes con solo 19 años para comercializar tecnología de análisis de sangre. En su momento más álgido se valoró en 9.000 millones de dólares y convirtió a Holmes en la multimillonaria, hecha a sí misma, más joven del mundo. Desde entonces, su valor se ha hundido. El crecimiento de los unicornios turbo-propulsados implica que de repente hay muchas empresas privadas ahí fuera con valoraciones inmensas y muchos accionistas. Airbnb está valorada en unos 30.000 millones de dólares, Pinterest en más de 11.000 millones y a este lado del Atlántico, el valor de Spotify se calcula en 9.000 millones de dólares. Se mire por donde se mire, son empresas considerables.

Aun así, no están sujetas a las mismas normas ni se atienen a los mismos estándares que una empresa del mismo tamaño cotizada en alguna de las grandes Bolsas. Puede que nos parezca tedioso contar con capas de mandos intermedios, equipos de directivos no ejecutivos y el escrutinio de analistas y prensa al que se exponen cada día las grandes empresas cotizadas. Es verdad que en ocasiones generan burocracias ingentes que no son ni lo bastante rápidas ni flexibles para responder a los cambios en el mercado, pero tienen una gran ventaja: ofrecen una serie de controles y se aseguran de que la empresa, por lo menos, se gestione responsablemente.

La saga de Uber está empezando a demostrar esa necesidad. Hay toneladas de capital de riesgo y privado ahí fuera y una empresa nueva de éxito puede acceder a todo el dinero que necesite. Muchas asumen que no les hace falta preocuparse por salir a Bolsa. El engorro de los informes y requisitos normativos distraería la atención del crecimiento del negocio y lo haría adverso a los riesgos. Por eso el número de empresas cotizadas ha caído sin cesar.

Pero la saga Uber nos recuerda sus virtudes. Cuando hay tanto dinero en juego, los inversores deben asegurarse de que haya sistemas para garantizar que la gestión sea responsable y controles que eviten que los fundadores se escapen al control, como ocurriría en una empresa cotizada. Uber podría ser un gran anuncio de la capacidad de la tecnología para cambiar un sector tradicional (el taxi en este caso) a la velocidad de la luz, pero también se está convirtiendo en una publicidad estupenda de las virtudes de la empresa cotizada tradicional, a menudo sosa y pesada pero también muy responsable por lo general.

Lo cierto es que los grandes fondos de capital riesgo deberían insistir en que sus empresas salgan a Bolsa en cuanto alcancen la franja de 1.000 millones de dólares. Puede que no necesiten dinero pero sí el escrutinio y la responsabilidad que acompaña a la cotización. Dara Khosrowshahi tendrá sin duda mucho de lo que ocuparse en sus primeros días al mando de Uber pero debería despejar algo de tiempo para empezar a lanzar una oferta pública inicial… antes de que la empresa se meta en más lodazales.

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