
Hay miedo ante la escalada en la región del Pacífico entre el presidente Donald Trump y el dictador norcoreano Kim Jong-un. Tanto más cuanto que ambos son impredecibles. Ante las provocaciones de Corea del Norte, Trump ha avivado la tensión con su amenaza de golpear a Pyongyang con "fuego y furia". La agencia oficial de noticias norcoreana informaba de la posibilidad de atacar con misiles en las cercanías de Guam.
Que el líder de EEUU hable de la capacidad de aniquilar a otro país, lejos de tranquilizar a sus aliados asiáticos, le resta apoyos. En especial inquieta a los vecinos y adversarios de Kim: Corea del Sur y Japón. Ambos países ejercen presiones para adquirir su propio arsenal nuclear.
Washington se enfrenta a un serio problema. Durante décadas supo lidiar con la retórica belicosa de Pyongyang. Los mandatarios estadounidenses siempre fueron cuidadosos en sus tratos con otras potencias nucleares. Esto ha cambiado con la incontinencia verbal y la verborrea de Trump, que esconden su absoluta ignorancia sobre cómo gestionar la crisis. Para EEUU sería desastroso tener que cumplir con el amago de su débil presidente. Ni los intentos de su secretario de Estado, Rex W. Tillerson, ni del secretario de Defensa, Jim Mattis, de matizar esos comentarios han logrado mitigar su efecto.
A China no le gusta el programa nuclear de Corea del Norte. La reacción oficial de Pekín ante los comentarios de Trump está siendo mesurada: "Las partes deben evitar una escalada. La disputa ha de resolverse por la vía diplomática". Hay varias razones para esta moderación. En parte, responde a que sus líderes están actualmente más enfocados en la política interna. El presidente Xi Jinping está asistiendo con altos funcionarios a su retiro anual en Beidaihe, un centro de veraneo. Se sospecha que Xi está armando el nuevo Gabinete para los próximos cinco años. También está previsto que Ivanka Trump visite China en septiembre junto a su esposo, Jared Kushner. Pekín desea evitar dificultades, porque considera a Kushner un contacto fundamental dentro de la Casa Blanca. Hay indicios de que esa visita es una avanzadilla para preparar el probable viaje de Trump a China en noviembre.
Sin embargo, el principal objetivo chino es capitalizar el temor y la confusión. Ellos están acostumbrados a las fanfarronadas de tres generaciones de líderes norcoreanos, incluido el actual Kim. Su objetivo es erosionar el liderazgo norteamericano. ¿Cómo? Emergiendo de mediador en la zona. Así, Pekín ya intenta recomponer relaciones con Corea del Sur. Trump habla de lanzar un ataque preventivo contra Corea del Norte, algo que rechaza el Gobierno liberal del presidente surcoreano, Moon Jae-in.
EEUU y Corea del Norte no tienen relaciones. Solo pueden contactar directamente en las misiones ante la ONU, sus delegaciones en Pekín y en reuniones entre militares en la frontera de las dos Coreas. Suelen recurrir a intermediarios. Se pasan mensajes a través del Gobierno chino o de la embajada de Suecia en Pyongyang, que representa los intereses norteamericanos. Existe una línea militar de emergencia entre Pyongyang y Seúl, estrecha aliada de Washington. Pero el Norte ya cortó esa línea una vez y amenazó con volver a interrumpirla.
La única perspectiva seria de resolver de forma pacífica la crisis de Corea del Norte es la cooperación exitosa con China. El Departamento del Tesoro había llegado a preparar sanciones secundarias sin precedentes contra las empresas y los bancos chinos que operan con Pyongyang.
¿Por qué se da la acción de Trump en estos momentos, cuando se habían aprobado en el Consejo de Seguridad con el voto favorable de Rusia y China unas durísimas sanciones contra Corea del Norte? El tacto diplomático del magnate es nulo. Asesores de seguridad de los expresidentes Clinton y Obama recomiendan reconocer el estatus de potencia nuclear de Corea del Norte. Pekín esperará hasta que la próxima administración norteamericana adopte esa postura. Mientras tanto, conservará su arma más importante: el total dominio económico sobre Pyongyang.
Trump, frustrado, creía poder forzar a China a colaborar con él. Rebajándose, con torpeza al nivel del déspota norcoreano, ha vuelto a alejar esa posibilidad. En cualquier caso, los intereses de China y EEUU en la península coreana seguirán siendo contrarios.