La guerra de Ucrania entre separatistas apoyados por Rusia y fuerzas del Gobierno ucraniano estalló en marzo de 2014. Tres años y cuatro meses. Tras ese tiempo la guerra se ha estancado. Las sucesivas declaraciones de alto el fuego no tienen ningún impacto, con el consiguiente sufrimiento de la población civil. Los ancianos que aún recuerdan las hambrunas durante la colectivización forzosa y la posterior Segunda Guerra Mundial aseguran que esto es peor. El conflicto ha causado la muerte de más de 10.000 personas según estimaciones de la ONU. Y más de un millón de desplazados. Pese a que el presidente de Ucrania, Petró Poroshenko, asegura que restablecerá la soberanía sobre las regiones prorrusas, así como sobre Crimea, en el este del país se sienten abandonados tanto por su gobierno como por la comunidad internacional.
Esta semana un hecho grotesco ha vuelto a atraer la atención mundial sobre la castigada región. Alexander Zajarchenko, líder de los separatistas prorrusos de la autodenominada República Popular de Donetsk, ha proclamado el Estado de "Malaia Rossía" (Pequeña Rusia). El nuevo se constituirá en el plazo de tres años. No le basta con detentar el poder en Donetsk, un lugar devastado. Invita por ello en un bufonesco alarde de tenebrosa generosidad a las demás regiones de Ucrania a incorporarse a su chusca entelequia. La ciudad de Donetsk sería la capital de Malaia Rossía. En sus delirios de grandeza, Zajarchenko afirmó que la nación por él inventada no solo abarcará los territorios rebeldes de Donetsk y Lugansk, sino "otras 19 regiones" de Ucrania, incluida la de Kiev. Según el cabecilla rebelde, "el nuevo Estado será el sucesor de Ucrania". Para ello su intención es otorgar a Kiev un papel secundario como "centro cultural e histórico".
El estrafalario separatista se propone liderar un nuevo imperio. El inconveniente que se le presenta es doble. Uno, Zajarchenko solo puede asegurar su propia supervivencia política con respaldo de Rusia. Si aspira a más territorios tendrá que ser con armas suministradas por el Kremlin. El otro es que todos los separatistas quieren mandar y ser jefes. Ni siquiera los vecinos de la "República Popular de Lugansk" están dispuestos a aprobar su plan.
Lo peor es que la iniciativa del líder segregacionista pone en tela de juicio la misma existencia de Ucrania. Para conseguir su absurdo objetivo no duda en despojar a los ucranianos de su propio estado y nación. Hasta les niega su nombre y se refiere a ellos como "pequeñorrusos". Torpedea con ello los acuerdos de Minsk, suscritos en septiembre de 2014 y febrero de 2015, para buscar una solución política al conflicto del este de Ucrania. Defender la soberanía de Ucrania es importante también, y sobre todo, porque implica el respetar en lo sucesivo las fronteras de Europa.
En las primeras reacciones, políticos y expertos rusos se mostraron cautos y sorprendidos. Rusia se abstuvo de respaldar la creación de un Estado prorruso en suelo ucraniano. El presidente, Vladímir Putin, se esforzó en dejar claro que honraría los Acuerdos de Minsk firmados para fomentar la paz en el este de Ucrania. La última vez lo había hecho hace poco más de dos semanas, en el marco de la cumbre del G-20 en Hamburgo. Por ello se había acordado una nueva propuesta para superar el conflicto, en el marco del "Formato de Normandía", con la participación de Alemania, Francia, Rusia y Ucrania.
La pregunta que más importa sigue en el aire ¿qué quiere realmente Moscú? La iniciativa no cuenta con el apoyo (expreso) del Kremlin, cuyo portavoz se limitó a decir que "debe ser analizada". Pero tampoco la ha condenado a lo que se le había instado desde Europa. Y el jefe del Comité para la Comunidad de Estados Independientes de la Duma (cámara baja del Parlamento ruso), Leonid Kaláshnikov, ha llegado a afirmar que la creación de un nuevo Estado en Ucrania no solo es posible, sino "inevitable".
Caben pocas dudas de que Moscú está de una manera u otra detrás de estos hechos. Para Poroshenko está claro: los separatistas no son sino "marionetas de Rusia". La cuestión no es tan sencilla en un estado multiétnico como Ucrania y no se solucionará simplificando en exceso una situación compleja. Mas hay un hecho cierto. Los "rebeldes" dependen de Moscú, que les maneja a su antojo, una vez dándoles cuerda y otras atándoles en corto. Siempre conforme a los intereses del Kremlin. Putin lo dejó claro antes de su reunión con un inexperto y debilitado Donald Trump: Rusia no va a "batallar" con nadie, aunque va a "defender sus intereses". El problema es que en este caso su interés se resume en no soltar Ucrania. No es aceptable que siga desestabilizando y violando la integridad territorial de un estado soberano.