Opinión

'Trumpismo' y populismo

Donald Trump nos sorprende con una actitud conciliadora. El hasta anteayer bufón se muestra hombre de Estado. Llama a la unidad para "reconstruir el país sin diferencias odiosas". Solicita una magnánima ovación para Hillary Clinton (a quien amenazaba con la cárcel). La de Trump fue una campaña insufrible, repleta de groseros ataques a las mujeres y vulgaridades contra inmigrantes y minorías. Quizá se cumpla aquello de que se hace campaña con poesía y se gobierna con prosa.

EEUU encarna la globalización que, sin embargo, está lejos de ser provechosa para todos. Con más desigualdad y un peor reparto de la riqueza penaliza la calidad del trabajo y el valor del salario. Esa legión de castigados de clase media y obrera votó a Trump. Incluso su discurso contra los inmigrantes ilegales atrajo el voto de los legales. Fue una lucha por conservar el empleo. Dirigió su mensaje a los temores del americano medio blanco de nivel cultural bajo. Le dio resultado. Los estadounidenses han optado por el cambio. Tendrán ocasión muy pronto de comprobar si las propuestas económicas de Trump son factibles.

En cuanto a la comunidad internacional, el presidente electo nos tranquiliza con el anuncio de que se "llevará bien con todas las naciones del mundo de buena voluntad". Pero al resto del planeta le preocupa sobre todo su planteamiento político aislacionista.

Importando con éxito los populismos europeos y adaptándolos a las particularidades de EEUU se ha cimentado el Trumpismo. El Brexit también influyó. Según sus postulados, el enemigo está fuera. Los responsables de la incapacidad propia son los otros. Para sus votantes, el mundo exterior es, en gran medida, el responsable de la decadencia norteamericana. Como siempre ocurre, el populismo ofrece respuestas simplistas a problemas complejos. Cumplir esas promesas grandilocuentes será el mayor reto de Trump. Para poner en práctica sus recetas tiene mayoría en el Congreso, si bien en campaña se puso de manifiesto que no todos los republicanos coinciden con él.

Probablemente, desde un principio trate de frenar y transformar la dimensión comercial. No firmará ningún acuerdo y tratará de revisar los vínculos con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. En México se probará la firmeza de sus provocaciones electorales: expulsar a millones de indocumentados y aplicar aranceles. Acusa a los mexicanos de apropiarse de los empleos, aunque resulta difícil imaginar la barbaridad de construir un muro de 3.000 kilómetros.

El segundo destino será China. Convenció a sus partidarios de que, sin esa competencia desleal, la industria estadounidense resucitaría. El aislamiento de Trump beneficiará el autoritarismo que personifica Xi Jinping. El modelo de la democracia liberal se deteriorará. China no volverá a retraerse, como en el pasado. Menor globalización y más fracturas devaluarán estratégicamente a EEUU.

El Trumpismo afectará en particular a Europa. Su proteccionismo viene a sumarse a las implicaciones negativas que para la UE supone el complicado proceso del Brexit. A ello se añaden las dudas en torno al euro y el desafío de los populismos antieuropeos, con elecciones cruciales en Francia y Alemania el año próximo.

En cuestión de seguridad internacional, la simpleza y nulidad de Trump alcanza sus más altas cotas. Promete acabar con el Estado Islámico. Mas no hay esbozo de un plan de acción. Solo que se aliará con el régimen sirio, de ser necesario. Y, naturalmente, se desligará del acuerdo nuclear firmado con Irán.

No garantiza el financiamiento de la OTAN: no se olviden de que las aportaciones norteamericanas suponen el 70 por ciento del presupuesto de la alianza. Deja así a Europa expuesta a los planes de su admirado Vladimir Putin. Con la invasión rusa de Georgia (2008) y Ucrania (2014), el temor en especial de los países bálticos es más que comprensible. Los medios estatales rusos hacen gala del más vergonzoso cinismo. Celebran descaradamente la democracia -enterrada en Rusia- cuando estiman como ahora que ésta sirve a los intereses del Kremlin.

Se vislumbran en el horizonte muchas turbulencias. Y el desinterés de Trump por las causas medioambientales. El desasosiego, la inquietud en Europa y otros aliados es grande y evidente. Escuchamos palabras como conmoción, incertidumbre, fin de una era? Es una sensación de desorden que compartimos. No obstante, expresiones como la repetida "ocurrió lo impensable" o "apocalipsis" no son adecuadas.

Ser demócrata significa reconocer la eventualidad de que ganen las distintas alternativas. Nos gusten o no. Y felicitar al ganador. La solución no es cerrar los ojos a posibilidades como la del Brexit o el Trumpismo. El camino es emprender las reformas que demanda la sociedad, sin dejar de luchar en los proyectos en que creemos.

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