
E l secretario general del PSOE y principal líder de la oposición, Pedro Sánchez, volvió a bloquear este viernes la formación de Gobierno con su rotundo no a Mariano Rajoy. Sánchez esgrime ante los suyos que la abstención de alguno de sus diputados para facilitar la gobernabilidad sería equivalente a un apoyo al PP. Una circunstancia que el líder de Podemos, Pablo Iglesias, aprovecharía inmediatamente para clasificarlo como parte de la Casta y atacar al PSOE. Es lo que ocurrió en Grecia con el Pasok de Papandreu, que entró en barrena en cuanto dio su apoyo a la derecha.
El líder socialista confía en otra baza: espera que la apertura de las vistas orales previstas para este otoño sobre el caso Bárcenas, así como los numerosos cargos contra el PP, desgasten a Rajoy. Por eso, dedicó el grueso de su discurso a cargar contra los casos de corrupción de su enemigo político.
La cuestión, aún sin resolver, es qué será de los socialistas si abocan a España a unos terceros comicios. No sé si la cita electoral será el Día de Navidad, pero es obvio que en esas fechas (o en sus proximidades) la abstención crecerá de forma brutal y en beneficio del PP. Como los veteranos oficiales del Ejército Imperial, a los que Aleksandr Kuprin describe espléndidamente cómo apostaban sus vidas a una sola bala en El Duelo (1905), Sánchez juega con su partido a la ruleta rusa. Un movimiento tan arriesgado puede dar al traste igualmente con el futuro del socialismo en España, si antes alguien no pone remedio.
En esta ajetreada esgrima de floretes políticos, la economía es un invitado de piedra. El déficit del Estado del primer semestre es preocupante, con un alza del 20 por ciento sobre el año anterior. Nos enfrentamos a una situación contradictoria y difícil de entender: la actividad avanza a tasas récord, las empresas vuelven a obtener los resultados previos a la crisis y hasta las bolsas, como se vio este viernes, superan el batacazo del Brexit mientras sus índices intentan ponerse en positivo en el año, pero la recaudación fiscal se hunde.
El culpable de esta situación es la última reforma fiscal de nuestro ínclito ministro de Hacienda, ahora en funciones. Cristóbal Montoro introdujo una serie de modificaciones en el Impuesto de Sociedades, que redujeron a casi la mitad su recaudación hasta julio. Tampoco ayudó el adelanto de la rebaja del IRPF para arañar un puñado de votos en los comicios de finales del año pasado.
El problema es que ahora el Gobierno no puede revertir esta situación porque está en funciones. Para más Inri, la restitución de los pagos fraccionados ideados para que las empresas adelantaran una parte de sus impuestos tampoco podrá entrar en vigor hasta que haya Ejecutivo. Existe una segunda dificultad, el Presupuesto que había dejado aprobado y encarrilado el titular de Hacienda, esta vez con gran acierto, llega a su fin.
El portavoz económico de los socialistas, Pedro Saura, afirmaba esta semana en elEconomista, que Rajoy tiene potestad para fijar un techo de gasto, porque el Parlamento está constituido, y a partir de ahí presentar un Presupuesto. Una solución en vía muerta, porque Sánchez ya advirtió que votará en contra de éste, aún antes de conocer ni siquiera un número del proyecto.
Y lo peor, si no logramos reducir los desajustes presupuestarios con un crecimiento superior al 3 por ciento, ¿qué ocurrirá cuando el próximo año disminuya a poco más del 2 por ciento, como auguran la mayoría de los analistas?
El puzzle no encaja sin la colaboración de los socialistas. Bruselas exige, para evitar una sanción de 6.000 millones por incumplimiento del déficit público, que el Gobierno presente un plan para reducirlo al 3 por ciento a finales de 2018. El plazo se antoja imposible de alcanzar y aunque se presentara el plan, nadie garantiza su ejecución. Solo se atisba una salida, que Rajoy vuelva a presentarse a una segunda investidura con el apoyo del PNV tras los comicios vascos del próximo 25 de septiembre, pero aun así le faltaría un voto para lograr la investidura.
La ausencia de Gobierno hace mella en las inversiones en infraestructuras públicas o en las políticas necesarias para mantener el pulso de una amplio número de sectores, como el turismo o la sanidad. El único aspecto positivo es que la parálisis política conduce a una congelación del gasto público, como ocurrió en los primeros seis meses, pero insuficiente para compensar el resto de desviaciones, como se ve.
Hacienda lo fía todo a que las autonomías, que acaban de recibir una transferencia de 7.000 millones a cargo de las compensaciones pactadas en 2014, corrijan la sangría de sus cuentas. ¡Desde luego, sin Presupuestos, tampoco habrá más transferencias! Pero no nos engañemos. Una parálisis así acabará contagiando al resto de la actividad, ya que los gobiernos regionales restringirán las inversiones y los pagos a proveedores. ¡Es bochornoso que los políticos piensen solo en su provecho, en lugar del bien común de los ciudadanos!
Igual de lamentable que las palabras del presidente de Apple, Tim Cook, calificando de "basura política" la multa de 13.000 millones impuesta por Bruselas. Ya es hora de desenmascarar a las grandes tecnológicas. Vamos a contar verdades: Apple, Google, Facebook, Twitter o Yahoo! bordean la legalidad con acuerdos fiscales con Irlanda o Luxemburgo (Amazon) para eludir el pago de impuestos por miles de millones, que desvían a paraísos fiscales. Encima, se aprovechan de su buen nombre por la defensa de la economía colaborativa, del medio ambiente o de las facilidades laborales de su trabajadores para crecer y monopolizar sectores enteros.
Apple paga el 70 por ciento de sus impuestos en EEUU, mientras que allí solo registra el 40 por ciento de sus ventas. Si su fundador, Steve Jobs, que comenzó como un joven de costumbres hippies obsesionado por facilitar la vida a la gente con la tecnología y renunció a cobrar un solo dólar de remuneración por su trabajo, levantara la cabeza... Seguramente reprobaría las fanfarronerías de su sucesor.
No es de recibo que un autónomo tenga que hacer frente al pago del IVA trimestral, en muchas ocasiones antes de ingresar cantidad alguna, mientras que gigantes empresariales como Google, Facebook o Twitter traspasan este tributo a Irlanda y su abono se diluya en los complejos vericuetos de los paraísos fiscales.
Google tiene varios expedientes abiertos por prácticas monopolísticas. En España, solo abonó 2,2 millones por Sociedades en 2015 cuando acapara más de la mitad de la publicidad de los medios de comunicación. ¿Imaginan que ninguno de los periódicos, revistas, televisiones o portales de Internet españoles tributara por su actividad online? Además, su cuota de audiencia en buscadores, superior al 90 por ciento, obliga a los medios a ceder gratuitamente sus contenidos tanto a Google como a Facebook para mantener los crecimientos en audiencia.
También es para aplaudir la guerra abierta por la Comisión Europea a los bloqueadores de anuncios. Su utilización coarta el uso de la publicidad como principal fuente de financiación de los medios de comunicación y, por ende, pone en riesgo uno de los derechos fundamentales, la libertad de expresión, en que se basa el progreso de la sociedad, como demuestra la historia. No sé si el Brexit comienza a despertar de su modorra a los eurócratas de Bruselas. La globalización les pilló en su dulce sueño. Es hora de desperezarse y tomar medidas, porque su falta de agilidad es la causa de muchos de nuestras cuitas.