
El Senado de Brasil ha iniciado la etapa decisiva del juicio político a Dilma Rousseff. Sea cual sea el resultado del proceso no pondrá fin en el corto plazo a las divisiones políticas y sociales de un país muy fragmentado.
Y, sin embargo, es esto lo que requiere Brasil. Un Gobierno que despeje incertidumbres y sepa enfrentarse a la ingente labor de limpieza de un sistema político completamente desacreditado en el que más de la mitad de los legisladores son investigados por corrupción. Michel Temer, con una escasa popularidad y quien a su vez tiene denuncias en su contra deberá, en su caso, demostrar capacidad para enfrentarse a ese enorme desafío. Su Ejecutivo tendrá, además, que concretar de forma urgente las necesarias reformas para reactivar la economía que sufre una profunda recesión. En el 2015 mostró una contracción del 3,8 por cien. La deuda estatal ya equivale al 70 por cien del PIB. La recaudación fiscal se ha hundido. El lunes la presidenta suspendida pronunciará su alegato final ante la Cámara Alta. El juicio que en un principio iba a durar cuatro días se prolongará hasta el 31. Así pues, el miércoles se conocerá el veredicto. Para la destitución se precisa el voto favorable de dos tercios de los senadores, es decir, 54 legisladores de los 81 que conforman la Cámara. Al menos 43 se han manifestado a favor de deponerla. Si bien otros no han declarado todavía su intención de votar en uno u otro sentido, la realidad es que entre los partidarios de Dilma reina el pesimismo. Hasta ahora cuatro instancias han sido superadas en el Congreso y, en todas, la opción por seguir con el procedimiento logró una amplia mayoría.
¿Qué delito se supone cometió Dilma? Es acusada de haber violado las leyes presupuestarias de Brasil. Mas aquellos que la acusan de corrupción son los mismos que están involucrados en ella.
Enturbia el proceso, y crea cierta incertidumbre, la creciente fricción entre los socios de la nueva coalición gubernamental el Partido del Movimiento Democrático Brasileño y el Partido de la Social Democracia Brasileña. Ambas, formaciones de centro. El desacuerdo gira en torno a la reforma principal: una limitación legal del gasto público. Como no hay más que una mayoría temporal y circunstancial ha habido que hacer concesiones en la negociación con el Congreso y los gobiernos de los estados. Acusaciones recíprocas han llegado a hablar de ?populismo fiscal?.
Rousseff cuenta con apoyos inesperados. Es el caso de la postura de la senadora Kátia Abreu, exministra de Agricultura. Sin filiación partidista y líder de las minorías se opone al impeachment. "Una presidenta elegida por la mayoría de la población no puede ser destituida sin pruebas", escribió en un comentario publicado por el periódico Folha de Sao Paulo.
Pese a la debilidad de los argumentos jurídicos para una destitución, el descontento político con Rousseff es ya demasiado fuerte. Insiste en se trata de un golpe de Estado encubierto. Lula da Silva, su mentor político, califica como "semana de la vergüenza nacional" la última sesión del juicio político contra ella. El exjefe del Estado es favorito para las elecciones de 2018.
Hace escasos días la Justicia abrió una nueva investigación contra ella y su antecesor Lula, por obstrucción en la investigación de la causa Petrobras. La mandataria propuso elecciones anticipadas: nuevos comicios como alternativa al juicio político.
No obstante, muchos consideran el impeachment cosa resuelta. Incluso desde el Partido de los Trabajadores de Lula y Dilma se acepta que existe una "irritación visceral" de los parlamentarios con la gobernante. Como afirma un líder del PT: "a Dilma la juzgan no por delitos, sino por su impopularidad". Sondeos realizados por periódicos locales a senadores prevén que sea juzgada y destituida. Desde su llegada al poder el PT generó, y en parte cumplió, expectativas de cambio. Pero las corruptelas y viejos vicios continuaron.
Por su parte y en la lucha por el favor popular el presidente en funciones intenta sacar partido del éxito de los Juegos de Río. En un artículo de opinión publicado por el diario O Globo, prometió "mantener los grandes proyectos del ministerio del Deporte y convertir Brasil en potencia olímpica".
Temer se ve ya como sucesor de Rousseff y prepara su investidura oficial. Su deseo es viajar a la cumbre del G20 en China, del 3 al 5 de septiembre, en calidad de presidente y no de interino.
Tendrá que tener algo de paciencia. Dilma aún podría dar la sorpresa en su día "D" aunque no es previsible. Un Brasil en crisis y dividido se encuentra a la espera.