Opinión

Sigue la pesadilla terrorista

Francia vuelve a ser golpeada por la barbarie. En el preciso instante en el que el país celebraba su fiesta nacional y respiraba por haber celebrado la Eurocopa sin sufrir atentados. En estos momentos el ataque no ha sido todavía reivindicado mas todo apunta a una conexión con el terrorismo islamista. A nivel europeo -y sin ser la única- hasta el momento Francia es la diana preferida por los asesinos.

Hay varias razones -jamás justificaciones- de la violencia terrorista. La destacada participación gala en la lucha contra el autodenominado Estado Islamico. Su presencia militar en el norte de África. La existencia de millones de inmigrantes de origen magrebí cuyos hijos se sienten marginados en la sociedad francesa siendo captados fácilmente por los extremistas. A escala global son muchos los países musulmanes atacados asimismo sin piedad. Olvidamos con demasiada facilidad atroces atentados que se nos antojan más lejanos y remotos como los recientes de Estambul, Bagdad o Kabul. EI pierde terreno en las plazas fuertes de "su califato" en Irak (caso de Falluja) y Siria. Mucho más brutal, cruel y ambicioso que Al Qaeda, el EI en los últimos años logró imponer a sangre y fuego un territorio rompiendo las fronteras -también impuestas- hace un siglo por el funesto acuerdo Sykes-Picot. El pacto secreto e injusto entre Gran Bretaña y Francia para repartirse y asegurarse los despojos del Imperio Otomano. En la actualidad el EI se bate en retirada. Ello incrementa la amenaza de sus viles y criminales zarpazos. A mayor presión militar, más peligro. En especial por los llamados "lobos solitarios". Fanáticos suicidas que actúan por su cuenta; muy difíciles de detectar. Y en Europa hay centenares de sujetos entrenados por la banda en su "califato". De vuelta en sus países aterrorizan la sociedad europea. Se identifican con el grupo. Su mensaje indiscriminado de muerte y destrucción es: nadie está a salvo. "Podemos matar en cualquier momento y situación". El significado va mucho más allá de la obviedad de que no hay una seguridad absoluta. La generación de quien esto escribe -los nacidos en la década de los 60- ha vivido un periodo de paz único en nuestro continente. Los europeos de mi edad no hemos conocido guerras ni posguerras, hambre o necesidad. La Comunidad Europea -hoy Unión, si bien en riesgo- ha marcado nuestros privilegios en forma de paz, derechos y libertades. La UE presenta fallos que hay que corregir. Sin duda. Sus instituciones han de democratizarse; su gestión, agilizarse. Pero sin poner en peligro lo conseguido. Discrepo de los que niegan sus muchos aciertos y sostienen que la UE es la culpable de nuestros problemas. Ocurre justamente lo contrario. Hace falta una integración mayor. En la cuestión de la seguridad que ocupa esta tribuna hay que empezar teniendo una política migratoria común. Sin miopías nacionalistas. Controles fronterizos europeos. Solo una Europa unida podrá luchar eficazmente contra el terrorismo y a la vez acoger a los refugiados. Los actores europeos deben asumir que por separado son enanos en cuanto a peso demográfico y político en el contexto de las alianzas regionales e internacionales. Los populistas en los países miembros seguirán intentando vendernos humo y mentiras. La larga contienda de Siria y el desastre humanitario asociado a la misma conlleva el interminable flujo de refugiados que intentan escapar del conflicto. EEUU y Rusia buscan estrategias comunes y pactos con otros actores como Irán, Turquía, etc. Nuestra desunión nos condena a la insignificancia en el panorama global. Y en especial en las guerras de Oriente Próximo; un territorio tan determinante para nuestro futuro. La Europa nacionalista se suicidió en la primera mitad del siglo XX y llevó el desastre al mundo. Si nuestro continente vuelve a egocentrismos y particularismos está abocado al fracaso.

El porvenir no puede pertenecer a fanatismos y xenofobias localistas. Esta generación y las siguientes, franceses y europeos en general, tendrá que aprender a luchar por la seguridad en paz, libertad y bienestar. Y convertir en verdadera unidad y destino común, la solidaridad que hoy produce esta masacre.

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