
Las bolsas europeas ahondaron ayer la mala racha con la que iniciaron la semana. El Ibex no encuentra suelo y perforó la barrera de los 8.000 puntos, tras caer un 2,39%. Descensos de esta envergadura ya no se explican sólo por el conocido miedo al enfriamiento de los emergentes y por el desplome del precio del crudo.
A todo ello se suman los recelos que provoca el sector bancario. Estos, especialmente en Europa, tienen diferentes causas. Así, las entidades francesas están muy expuestas a los posibles impagos de petroleras y mineras. En Italia, por su parte, atemoriza la alta morosidad (18%) y la casi total ausencia de reformas en este ámbito.
Sin embargo, el problema es más general e incumbe a las pobres expectativas de negocio que el sector tiene en toda Europa, en un persistente contexto de tipos de interés anulados y escasa demanda de crédito. Las entidades españolas pueden dar fe de ello, pues S&P prevé que sus ingresos vuelvan a caer este año (un 4%).
Expectativas como éstas han hecho que la banca europea pierda más de 320.000 millones de capitalización en lo que llevamos de 2016, pero es un problema global; de hecho, los bancos de EEUU llevan aún más tiempo que los europeos afrontando un ciclo de tipos casi anulados.
Los bancos centrales no van a mejorar la situación a corto plazo: el BCE anunciará nuevos estímulos y aún puede hundir más un euríbor ya en negativo. Por su parte, la Fed (a la espera de lo que Janet Yellen explique hoy en el Congreso) parece dispuesta a posponer hasta 2017 las alzas de tipos iniciadas.
Los apuros bancarios, por tanto, aún persistirán, lo que seguirá teniendo consecuencias en unos mercados dominados por el miedo y la volatilidad.