Cuando Goirigolzarri fue nombrado presidente de Bankia aconsejé comprar sus acciones. Las hemerotecas y fonotecas dan fe de ello.
Creo recordar que su precio era 0,3 euros la acción o menos y su reputación estaba por los suelos. Ahora valen 1,7 euros, la entidad pertenece al Ibex 35, ha ganado 747 millones de euros en 2014 y repartirá el primer dividendo de su historia. ¿Tenía una bola de cristal? No, era un razonamiento sencillo.
El nuevo equipo eran profesionales que habían hecho su trabajo en un gran banco español, empezando desde abajo; el propio Goirigolzarri llegó a consejero delegado (BBVA) y no a presidente porque se taponó su camino al alargar estatutariamente los periodos de Francisco González, que sigue capitaneando ese barco.
También su equipo (Sevilla, Ortega...) eran profesionales de la banca y era fácil deducir que si aceptaban el reto es que veían soluciones. Todos tenían las espaldas cubiertas, no necesitaban el dinero, sus prejubilaciones habían sido las que a los profesionales de banca de entonces les dejaban cómodos para el futuro.
En esas condiciones, complicarse la vida, como lo iban a hacer, era un signo de honestidad. Profesionalidad es la conjunción de dos factores: conocimiento técnico de la materia y comportamiento ético. La banca moderna es un negocio de servicios profesionales. Si a la técnica se añade la integridad, el éxito es seguro. Dos detalles avalaron mi apuesta: el núcleo de profesionales compró un paquete significativo de acciones y luego renunció al bono hasta que los beneficios antes de impuestos superaran los 1.200 millones.
Con lo primero demostraron que además de confiar en el negocio se embarcaban en él con su patrimonio. Con lo segundo mandaron un mensaje a accionistas y empleados: solo cobraremos el bono cuando tanto unos como otros tengan asegurada una rentabilidad y carrera adecuadas. Por eso les doy el título de Caballeros de la Bankia.