
Las negociaciones que desarrollan con los Estados de la eurozona el nuevo primer ministro griego y su ministro de Finanzas lógicamente se están centrando en el problema griego más inmediato, que es su deuda. Sin embargo, las intenciones que manifestaron durante la campaña electoral van mucho más allá pues pretenden nada más y nada menos que dar una nueva orientación a la política financiera y a la gestión de la crisis europea.
Esto explica, en parte, la radical oposición de los representantes del Syriza a la troika, pues aunque es verdad que incluye un componente, el FMI, ajeno a la Unión Monetaria (UM), los otros dos son sus instituciones claves: la Comisión Europea (CE) y el Banco Central Europeo (BCE), con las que necesariamente tendrán que contar para cualquier cambio de orientación en la política de la eurozona.
Parece, sin embargo, y esto es muy significativo, que en sus planteamientos Alexis Tsipras y Yanis Varoufakis quieren en alguna manera sustituir la troika por las negociaciones directas con los Estados miembros porque les resultaría más fácil sintonizar con algunos como Francia e Italia, que con frecuencia han demostrado sus discrepancias con la mal llamada "política de austeridad". En sus primeras visitas incluyeron también al Reino Unido, aunque no pertenece a la UM y, como no podía ser de otra manera, se han reunido también con los presidentes de la CE y del BCE e incluso con el representante del FMI en Europa y con un Ministro del país que ha despertado tanta agresividad como la troika:el alemán Schäuble. Con estos primeros contactos se trató de explorar, como hemos dicho, la posibilidad de resolver el problema inmediato del endeudamiento pero sirvieron también, y esto sería lo más preocupante, para actualizar de nuevo esa falta de sintonía que mantienen determinados países con algunas orientaciones del proyecto europeo.
Aunque los resultados de las negociaciones no han están siendo muy positivas en la aceptación de las propuestas de Tsipras (lo cual no es de extrañar por estar en juego muchos millones de euros) pensamos que el nuevo desafío a la UM consiste en que, salga o no Grecia del euro, los países que por su cultura y tradición económica, de un modo más o menos encubierto, nunca se han identificado plenamente con los principios básicos de la Unión Europea (UE) encuentren nuevos motivos para intentar su cambio.
Hay que tener en cuenta que según manifestó el presidente del Parlamento Europeo, el socialdemócrata Martin Schulz, en una entrevista publicada en el semanario Der Spiegel, cuando habló con Tsipras hace tres años comprobó que sabía poco de cómo funciona la UE. Sea, pues, por ignorancia o por tener planteamientos distintos, lo cierto es que siempre que hay oportunidad algunos países parecen olvidar que, según los Tratados vigentes, la UE no es una Unión de transferencias entre países ricos y pobres y por eso la llamada e incómoda regla Not bail-out exige que, en lo que los países miembros mantengan una soberanía como la actual, ninguna institución comunitaria y ningún Estado miembro se responsabilizará de la deuda del otro porque cada país ha de responsabilizarse de sus propias acciones y, por tanto, de su endeudamiento y de su déficit presupuestario.
Y, en cuanto a la política monetaria, los Tratados establecen que su finalidad es garantizar el correcto funcionamiento de una economía de mercado competitiva y, por eso, no puede estar al servicio del partido que esté en el poder. Se trataría, por tanto, de una moneda fuerte inspirada en el marco alemán y no de monedas como el franco, la lira y la peseta, cuyas frecuentes fluctuaciones tanto han afectado el mecanismo de los mercados.
La asimilación de estos principios permitiría entender el porqué de las condiciones que se han impuesto para los rescates de los países más afectados por la crisis, pues las ayudas externas, por no tener carácter de transferencias, no suponen la asunción comunitaria de los riesgos y, por eso, requieren de un control que sustituya la falta de responsabilidad de los países afectados.
Es cierto que en ocasiones críticas, como la actual, aparecen las limitaciones de la estructura institucional vigente y la victoria de Tsipras no ha hecho más que redescubrir lo que ya se sabía. Por eso, si este nuevo desafío en vez de transformarse en incumplimientos hiciera avanzar hacia una integración política profunda, complementando la política monetaria con políticas fiscales, financieras y laborales, se resolverían muchos de los actuales problemas de la UM pero para ello habría que aceptar unos recortes de las soberanías nacionales a los que no parecen estar dispuestos ni ciudadanos ni Gobiernos.