
Desde la victoria de Syriza en las elecciones generales de Grecia, el "problema griego" preocupa a los mercados y a las autoridades formuladoras de políticas en Europa. Algunos temen un regreso a la incertidumbre de 2012, época en la que muchos pensaban que la moratoria y la salida de la eurozona de Grecia eran inminentes. En aquel entonces, al igual que ahora, muchos se preocupaban sobre si una crisis de la deuda griega podría desestabilizar la unión monetaria europea. Sin embargo, esta vez la situación es realmente distinta.
Una diferencia fundamental radica en los fundamentos económicos. En el transcurso de los últimos dos años, otros países periféricos de la eurozona han demostrado su capacidad de ajuste, mediante la reducción de sus déficit fiscales, la expansión de sus exportaciones, y su desplazamiento hacia superávit de cuenta corriente, consecuentemente contradiciendo la existencia de una necesidad de financiación. De hecho, Grecia es el único país que avanza arrastrado sus pies en cuanto a las reformas y que mantuvo una exportación muy deficiente.
Proporcionar un escudo adicional a los países periféricos es el plan del Banco Central Europeo para iniciar la compra de bonos soberanos. Si bien el gobierno alemán no admite oficialmente la flexibilización cuantitativa, debería estar agradecido con el BCE por calmar los mercados financieros. Ahora Alemania puede tomar una postura firme sobre las demandas del nuevo gobierno griego en cuanto a pedir una condonación a gran escala de la deuda y poner fin a la austeridad, sin tener temor a que en los mercados financieros ocurra el tipo de turbulencia que ocurrió en el año 2012. En los hechos, ambas demandas del gobierno griego se basan en un malentendido. Para empezar, Syriza y otros argumentan que la deuda pública de Grecia, que alcanza el cuantioso nivel del 170 por ciento del PIB, es insostenible y debe ser recortada. Debido a que la deuda oficial del país constituye el grueso de su deuda pública, el gobierno quiere que se reduzca.
La realidad es que los acreedores oficiales de Grecia le han concedido períodos de gracia que son largos y tasas de interés que son bajas como para hacer que la carga sea soportable. Grecia realmente gasta menos en servicio de la deuda de lo que gasta Italia o Irlanda, países que tienen ratios (brutos) deuda-PIB mucho más bajos. Debido a que los pagos de la deuda externa oficial de Grecia ascienden a sólo el 1,5 por ciento del PIB, el servicio de la deuda no es el problema que el país enfrenta. El costo relativamente bajo del servicio de la deuda también elimina la justificación de las demandas de Syriza sobre poner fin a la austeridad. El último programa de rescate de la troika iniciado en 2010, prevé para este año un superávit presupuestario primario del 4 por ciento del PIB. Eso sería un poco más de lo necesario para cubrir los pagos de intereses, y por lo tanto, permitiría que Grecia finalmente empiece a reducir su deuda.
El alegato del nuevo gobierno griego sobre que este es un objetivo no razonable no puede resistir un escrutinio. Desde luego, se puede alegar razonablemente que la austeridad en la eurozona ha sido excesiva, y que el déficit fiscal debería haber sido mucho más grande para sostener a la demanda. Pero sólo los gobiernos con acceso a la financiación de mercado pueden utilizar la política fiscal expansiva para estimular la demanda. Por la misma razón, es falso afirmar que la troika obligó a Grecia a someterse a una austeridad excesiva. Si Grecia habría recibido apoyo financiero en 2010, hubiese tenido que reducir su déficit fiscal desde un nivel de más del 10 por ciento del PIB a cero de manera inmediata. Al financiar déficit continuos hasta el año 2013, la troika, en realidad, hizo posible que Grecia retrasara la austeridad. Esto suele ocurrir cuando el gobierno tiene un superávit primario. En los casos que el gobierno puede financiar su gasto corriente a través de los impuestos se intensifica la tentación de negarse a pagar la deuda. Cuando se inició el programa de la troika, se anticipó ampliamente que Grecia estaría tentada a seguir esta ruta. El año pasado, el nuevo ministro de Finanzas griego, Yanis Varoufakis, confirmó la predicción, argumentando de que un superávit primario daría a Grecia la ventaja en las negociaciones sobre la reestructuración de la deuda, ya que simplemente podría suspender los pagos a la troika, sin incurrir en problemas de financiación. Este abordaje sería un error. El problema práctico para Grecia ahora no es la sostenibilidad de la deuda que vence en 20 a 30 años y tiene tasas de interés muy bajas; el verdadero problema son los pocos pagos al FMI y el BCE que vencen este año. Sin embargo, para honrar su compromiso Grecia necesitará más apoyo financiero proveniente de sus socios de la eurozona. Por otra parte, el sistema financiero del país necesitará del apoyo continuo del BCE.
En otras palabras, el nuevo gobierno de Grecia debe ahora convencer a sus socios europeos de que merece más apoyo financiero, mientras presiona para que se le otorgue una reducción de su deuda existente y muestra resistencia a las políticas de austeridad que fueron condiciones para recibir préstamos anteriores. Para Syriza y sus votantes, la luna de miel política podría ser corta.