
Tras el anuncio del 'QE', Atenas no está en condiciones de reclamar más facilidades; de ella depende seguir en el euro.
Mañana culmina una intensa semana para la zona del euro. Después de que el BCE hiciera historia, al anunciar un programa masivo de adquisición de activos (el QE europeo), llegan las elecciones griegas. Los comicios están marcados por la posibilidad de que gane un partido populista que cuestiona el mecanismo de rescate financiero de la UE, pese a que aspira a gobernar un país que aún se beneficia de él. Semejante contradicción sería una fuente de gran inestabilidad, sino fuera porque la Unión Monetaria a la que un hipotético Ejecutivo de Syriza se enfrentaría ha cambiado mucho desde el jueves. El BCE ha dado el paso decisivo para disipar las sombras de deflación y estancamiento que ensombrecieron al bloque durante todo el año pasado. Más importante aún es el hecho de que se cerró una etapa: la política monetaria del eurobanco se encuentra completamente agotada. Ni Syriza ni ningún otro partido europeo deben embaucar a su electorado creando la ilusión de que hay margen para arrancar más facilidades al eurobanco o a otra institución europea. Muy al contrario, ha llegado el momento de que Atenas mueva ficha considerando dos opciones. Por un lado, se encuentra la posibilidad de renovar el rescate financiero en marzo y permitir que, a partir de julio, el BCE compre también bonos griegos. Por esta vía reforzaría, recurriendo también a ajustes y reformas, el potencial nada despreciable de un país que crecerá un 3 por ciento en 2015 y que tiene superávit fiscal primario. La otra opción es permitir que el populismo recaliente el gasto público, junto a la deuda, y enfilar hacia la salida del euro. El resto de la Unión Monetaria está más preparada que nunca para encajar ese escenario. No es el caso de Grecia.