Dentro de una semana se cumplen cinco años de un suceso que cambió radicalmente nuestras vidas: el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York.
Fue un once de septiembre, fecha que ha quedado grabada en la mente de la humanidad como el 11-S. Todavía hoy, al igual que en 2001, todos nos preguntamos cómo es posible que 19 hombres subidos a cuatro aviones pudieran cambiar tanto el curso de las cosas.
Destaparon la caja de los truenos porque Estados Unidos invadió Afganistán, y luego Irak, una de las zonas más geoestratégicas del planeta por estar allí ubicados los mayores pozos de petróleo.
Desde entonces, este producto básico para el desarrollo económico, está sometido a poderosos vaivenes. Un presidente español cayó víctima de esos acontecimientos, tras los atentados de Madrid de 2004.
Cambios profundos
El caso es que desde entonces han cambiado muchas más cosas de lo que se piensa: nos han cambiado nuestra forma de hacer turismo, pues ahora pasamos debajo de los arcos detectores con la sensación de ser casi unos delincuentes.
Las aerolíneas han extremado su vigilancia, y las empresas de seguridad inventan nuevos dispositivos que por un lado, garantizan la seguridad de los inocentes, pero por otro, son una amenaza a la libertad de esos ciudadanos.
Los edificios se construyen con nuevos materiales pero todos los rascacielos del mundo, símbolos del poder económico, son mirados con admiración y temor. Ya no son sitios tan seguros. El terrorismo ha cambiado nuestras vidas y las seguirá cambiando porque parece que nadie está seguro en ningún sitio.
elEconomista inicia esta semana una serie de reportajes sobre cómo ese día cambió nuestras vidas. Intentaremos interpretar las consecuencias de este hecho y sus repercusiones para el futuro.