Opinión

Rusia-Turquía: Matrimonio de conveniencia

Vladimir Putin, presidente ruso.

En el encuentro con su homólogo turco Recep Tayyip Erdogan, el presidente ruso, Vladímir Putin, afirmó que Moscú se ve obligada a abandonar el proyecto South Stream, por la postura "poco constructiva" de Bruselas.

Se trataba de suministrar gas ruso a Europa pasando por el mar Negro y los territorios de Bulgaria, Serbia, Hungría y Eslovenia hacia Austria e Italia. Según Putin, su suspensión se debió entre otras razones a que Bulgaria, presionada por la UE y EEUU, se negó a autorizar las obras en su zona económica exclusiva.

Rusia planea tender un nuevo gasoducto marino hacia la parte europea de Turquía. El grupo Gazprom y Botas, la empresa energética participada por la administración turca, se encargan de su construcción. Tendrá una capacidad de 63.000 millones de metros cúbicos de gas al año. Se espera que suministre unos 13.000 millones a Turquía y el volumen restante, de 50.000 millones se enviará a la frontera de Turquía con Grecia.

El primer ministro de Rusia, Dmitri Medvédev, invitó a los países europeos -miembros o no de la UE- a participar en el proyecto de nuevo gasoducto acordado con Turquía tras la suspensión del South Stream. La invitación puede provocar divisiones tanto en la todavía frágil política exterior común como en la de seguridad energética.

La asociación turca

Turquía firmó un acuerdo de asociación con la Comunidad Económica Europea en 1963. Presentó su candidatura en 1987 y fue reconocida como país candidato en 1999. Desde 1952 integra la OTAN, que vería con buenos ojos que Turquía -segundo mayor ejército de la organización transatlántica- participara en las sanciones económicas a Rusia. Ankara se ha negado hasta la fecha y la OTAN no puede exigírselo. Son los EEUU y la UE -a la que Turquía no pertenece- quienes las imponen.

Desde el Ministerio turco de Asuntos Exteriores se afirma que las negociaciones sobre la adhesión a la UE se compaginan con el desarrollo de las relaciones con Rusia. Y, ciertamente, Turquía no tiene por qué optar por una política exterior unilateral. Menos con su posición geográfica.

Rusia y Turquía aspiran a aumentar el comercio bilateral, desde los 32.700 millones de dólares actuales, hasta los 100.000 millones en 2020. La inversión directa rusa acumulada en Turquía ha superado los 1.700 millones de dólares. Inversiones similares turcas en Rusia se aproximan a los mil millones. ¿Son un obstáculo las discrepancias de estos rivales regionales en asuntos de política exterior? Ambos mantienen serias diferencias respecto a Siria y la crisis ucraniana. Putin ha sido soporte fiel del Gobierno del sirio Bashar Asad.

Erdogan ha apoyado sin reservas la oposición a Damasco. En Ucrania, mientras Moscú tendió la mano a los rebeldes del este, Ankara apoya a Kiev y a los tártaros de Crimea, musulmanes contrarios a la anexión de esa región a Rusia. Sin embargo, el dinero siempre juega un papel determinante. Y más en la presente constelación.

En la cooperación ruso-turca destaca la construcción de la central nuclear de Akkuyu en Turquía, el turismo y la banca. Ahora se incrementa y completa con los suministros del gas ruso en cuya compra, además, Ankara espera conseguir descuentos. Al igual que ya hiciera China este año al conseguir mejores precios en el acuerdo de suministro de gas también Turquía intentará aprovechar la situación de una Rusia entre la espada y la pared. El mismo Putin ha reconocido que Botas pretende renovar su contrato con Gazprom en condiciones más ventajosas.

El Kremlin está cada vez más aislado y debilitado por las sanciones y la caída de los precios del petróleo que hunde su disfuncional economía en exceso dependiente de los recursos. No tiene más remedio que diversificar geográfica y políticamente los importadores de su principal riqueza. Es lógico que busque la alianza con Ankara.

De momento, facilita la alianza ruso-turca el parecido entre las personalidades de Putin y Erdogan, el líder político con el que más se le ha comparado. Su creciente despotismo va acompañado de un aura cuasi-mesiánica. Ambos jefes de Estado se reunieron en el flamante palacio presidencial de 1.000 habitaciones y un coste oficial de 492 millones de euros. La mansión es toda una expresión de la megalomanía de Erdogan.

La deriva autoritaria de Erdogan muestra que la política de la UE hacia Ankara fue errónea. Y la floreciente cooperación ruso-turca -un auténtico matrimonio de conveniencia entre autócratas- indica que ha sido una grave equivocación de Europa el dar la impresión de no tomar en serio los intentos de acercamiento turcos.

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