Opinión

Sócrates en Silicon Valley

Imagen de calles en Silicon Valley. Imagen: Getty

Si el tábano de Sócrates estuviese en Silicon Valley, tendría muchos caballos perezosos a los que picar. Los ciudadanos de la tecnópolis parecen ajenos a cómo ha cambiado la percepción que se tiene de ellos en el mundo exterior.

Antaño venerado globalmente por ser el caldo de cultivo de la innovación, el principal foco tecnológico del mundo se ve cada vez más con recelo y resentimiento.

Todavía se admira a Silicon Valley como fuente de invención y destrucción creativa de actividades obsoletas, pero también se considera que ha perdido su brújula ética. Ante la proliferación de informes de actitudes laxas sobre la privacidad de los datos, el flagrante desprecio a la dignidad de los menos afortunados y una sensación creciente de que las empresas tecnológicas empujan sus agendas políticas en el resto del mundo, el descontento y la desilusión aumentan.

Desde fuera, el mundo ve empresas que exudan alardes de derecho (por ejemplo, en el desacato de las regulaciones locales en su expansión por las ciudades de todo el mundo, de Berlín a Río de Janeiro). Sumamente confiadas en el poder de sus conocimientos y destrezas, están convencidas de que guiarán al mundo por la senda de la verdad.

La certidumbre desmesurada no es nueva (al fin y al cabo, Estados Unidos se fundó con celo misionero) pero la arrogancia ética sí. Por supuesto, no todas las empresas tecnológicas están cortadas por el mismo patrón que las grandes culpables pero la reciente avalancha de casos notorios daña la reputación del sector entero. El mundo mira a Silicon Valley y ve una cámara de resonancia de engreimiento santurrón que incluye también a las empresas tecnológicas maduras y respetuosas de la ley.

Los casos aislados se vuelven legión. Uber, la aplicación de compartir coche que abusa de los datos, sube los precios cuando hay pico de demanda y amenaza a los periodistas que escriben mal de ella. Así, se ha prohibido en España, Holanda, Tailandia y dos ciudades indias, entre ellas Nueva Delhi (tras un caso de presunta violación).

Ha sido noticia también la revelación de que las fotos compartidas en Snapchat podrían no eliminarse como se ha prometido. En agosto, las autoridades brasileñas prohibieron la aplicación de la red social Secret cuando la empresa no respondió a los casos de ciberacoso y en Israel se plantean una medida similar. La lista continúa.

Silicon Valley se arriesga a una reacción negativa que no beneficiará a nadie. Sus líderes se desfasan más y más de las expectativas públicas de una conducta ética y concienzuda. Si no logran generar ideas nuevas y conciben nuevos enfoques, sus problemas solo se multiplicarán.

Una cosa que ayudaría es sangre nueva. Gran parte del éxito de Silicon Valley se debe a su estrecha red de contactos -personas que han tenido éxito y se ayudan entre sí- pero la historia demuestra que esas mismas estructuras pueden ahogar la innovación. Las organizaciones, como las especies, se vuelven endogámicas y débiles, y acaban pereciendo cuando no abrazan la diversidad.

Desequilibrio étnico y de género

Sin duda, uno de los datos más reveladores que han visto la luz sobre Silicon Valley en los últimos meses es el extremo desequilibrio étnico y de género en las grandes empresas tecnológicas como Apple, Google, Facebook o Twitter. A nadie le sorprende pero está claro que algo debe cambiar. Un lugar que se enorgullece de innovar y hacer las cosas de otro modo debería ser diferente en esto también.

Sobre todo, merece la pena cuestionar y desafiar el statu quo. La independencia del pensamiento y las obras es vital para que cualquier empresa funcione y construya cosas que duren y contribuyan al crecimiento económico y la prosperidad. En la Apología de Platón, Sócrates defiende una vida analizada, el hábito de la autorreflexión rigurosa y el planteamiento de preguntas duras, heterodoxas y posiblemente incómodas. El sector tecnológico necesita adoptar ese credo.

Irónicamente, cuestionar la sabiduría imperante (e inventar soluciones radicalmente nuevas) ha sido el modus operandi de Silicon Valley desde sus inicios pero ha seguido ese planteamiento en una escala macro y con problemas en otro lugar de la economía, sin autoanalizarse.

Los ciudadanos de Silicon Valley deben empezar a aplicarse sus habilidades de innovar (y su orgullo de "romper esquemas") a sí mismos. La única forma de evolucionar es adaptarse a las nuevas presiones ambientales y ahora Silicon Valley -en gran medida por culpa de su propia conducta- se enfrenta a muchas de ellas. Si no cambia, acabará relegada.

La buena noticia es que si hay un lugar que haya demostrado poder innovar, es Silicon Valley. Sus ciudadanos deben reconocer que no tienen todas las respuestas. Desgraciadamente, hasta ahora por lo menos no parece haber habido conciencia en ellos de que haya el mínimo problema. Como los "artesanos habilidosos" que describía Sócrates, "por su dominio técnico alegaban un conocimiento perfecto de todos los asuntos de cualquier importancia".

El maestro de Platón sabía -y cada nueva noticia de conducta abusiva en el sector tecnológico nos recuerda- que un poco de conocimiento puede ser peligroso.

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