
La coincidencia del fallecimiento de los presidentes del Santander, Emilio Botín, y de El Corte Inglés, Isidoro Álvarez, ha reabierto con toda su crudeza el debate generacional. Es evidente que el proceso de sustitución va a continuar de manera implacable y parece más adecuado que se produzca siguiendo el modelo del presidente de Inditex, Amancio Ortega, que por causas biológicas.
Es imprescindible para el país dar paso a los jóvenes. Lo que está claro es que ya nada volverá a ser como era antes y así se puso en evidencia con la proclamación de Felipe VI. Resulta absurdo agotar el vaso hasta la última gota. Que no terminemos diciendo como el título del film de Raoul Walsh Murieron con las botas puestas (1941).
Y esto es lo que va a pasar si la cordura no se implanta en los consejos del Ibex, en los que la mitad de sus presidentes son sexagenarios. Esto no quiere decir que se les arrumbe, ni que no se les reconozcan sus méritos. Sin duda han sido la mejor generación empresarial de nuestra historia, pero han llegado al final de su carrera y es conveniente aceptarlo con naturalidad y abrir un nuevo capítulo.
La generación de Felipe VI no conoció la dictadura, al igual que la generación de Juan Carlos I no conoció la Guerra Civil; por tanto, no están condicionadas ni por el temor, ni por el complejo de inferioridad que se arrostró durante la Transición. Son jóvenes sin complejos, muy bien formados y mejor preparados para afrontar el mundo globalizado del Siglo XXI.
Llegando a una determinada edad, lo más sabio es retirarse de la primera línea y dejar que otros tomen la riendas. Como está demostrado, nadie es imprescindible y lo normal en otras latitudes del mundo es que las grandes corporaciones no estén dirigidas por una gerontocracia como sucede en España. Otro signo de normalidad sería que el capitalismo dinástico dé paso a un capitalismo anónimo, donde los relevos se realicen por méritos y no por derechos familiares.