Ahora que las previsiones económicas empiezan a dar buenas noticias, aunque sean moderadas, los datos de desempleo traen algunas esperanzas, no se descubren más casos de corrupción (aunque aún falta mucho por limpiar y depurar) y el caso de Pescanova empezaba a sonar lejano por la toma de control de los bancos, ahora, precisamente, llega Gowex.
No es una de las mayores empresas españolas, ni mucho menos, y algunos la conocerán ahora, tras su estrepitosa caída, pero era la estrella del Mercado Alternativo Bursátil.
Una empresa que destacaba en tecnología wifi, que sacaba pecho con sus contratos en 90 ciudades de todo el mundo, entre ellas Nueva York, San Francisco, Dublín, Buenos Aires o Madrid, y que con lo que parecía un impecable desarrollo de su negocio se había ganado el favor de analistas e inversores multiplicando su capitalización por más de treinta veces en sus algo más de cuatro años de cotización. Pues no. Todo humo.
El informe de un broker ha obligado a su máximo ejecutivo a confesar que llevaba años falseando las cuentas. Así de sencillo. El éxito inventado es el mayor escándalo en la historia, desafortunada, de la bolsa pensada para pymes. Mala suerte para la imagen de España, la de sus emprendedores, para un mercado con una desastrosa supervisión y para las pymes en general, aunque sean exportadoras.
Una de las mayores pegas que pone la banca para dar financiación a una pyme es que debe destinar muchos recursos para asegurarse del estado de sus cifras de negocio, tantos que a veces no merece la pena el examen. Y mientras empresas con proyectos viables y gestores responsables luchan por buscar financiación, Gowex engaña a todos.
Si este fraude empaña la marcha del resto de cotizadas del MAB será la mayor canallada. Queda esperar que se enmienden con prontitud los errores de este mercado y, sobre todo, que ya no haya ni un caso más por descubrir.
