
El gobierno es susceptible de bloqueos ocasionales. El déficit comercial y el presupuestario llevan una década descontrolados. Las últimas guerras que ha librado han sido una chapuza y el banco central se ha pasado cinco años imprimiendo más dinero del que parecía posible. Durante la última década no han faltado motivos para que el resto del mundo se desentienda del dólar.
Pero en 2014 eso va a cambiar y cómo. El dólar volverá a arrasar por tres razones. Primero, el crecimiento de EEUU será el mayor del mundo desarrollado, incluso más que el de muchos países emergentes.
Segundo, la Reserva Federal reducirá como mínimo el ritmo de la flexibilización cuantitativa, incluso si no se acaba librando de ella del todo.
Tercero, ha aumentado el riesgo de crisis geopolítica en varias partes del mundo y, en tiempos de crisis, los inversores siempre huyen de vuelta al dólar. El resultado neto será el gran retorno de la moneda americana.
La desilución
Abundan las pruebas de que el mundo se ha ido desilusionando poco a poco con el dólar. En los primeros años desde su aparición en 1999, el euro ganó bastante atractivo como alternativa y acaparó una cuota creciente de las reservas de los bancos centrales, pero la crisis de la moneda única ha hecho que haya dejado de ser una alternativa seria.
Después, el oro subió en valor cuando los inversores buscaron un depósito sustituto pero el metal precioso perdió gran parte de su atractivo el año pasado. En los últimos meses, incluso las bitcoins han florecido como alternativa pero por muy fascinante que sea la moneda digital, sigue siendo demasiado rara como para rivalizar en serio con el dinero tradicional.
No es difícil entender por qué los inversores quisieron diversificar fuera del dólar. La divisa consolidó su posición como moneda de la reserva global justo después de la II Guerra Mundial, cuando EEUU solo representaba casi el 80 por ciento del PIB mundial. Por muy bien que le hubiese ido al país, la cuota sólo podía menguar cuando el resto del mundo se recuperase y EEUU añadió algún que otro problema por su cuenta.
Una crisis financiera, un banco central poco preocupado por el valor de la moneda y un sistema político que desde fuera parece totalmente disfuncional. Todo eso ha contribuido al declive de la moneda. El año pasado, incluso el euro ha estado fuerte contra el dólar, aunque cueste pensar una razón convincente para comprar moneda única europea.
Llega el cambio
Este año, todo eso va a cambiar. Aquí está el porqué. En primer lugar, la economía de EEUU parece encaminada a convertirse en la más sólida del mundo desarrollado en el año que empieza. Cualquier sorpresa será seguramente favorable. Las últimas cifras trimestrales indican que EEUU crece a un saludable 4,1%.
Evidentemente, podría sólo tratarse de un buen trimestre que no va a durar pero el impulso es la fuerza más importante de la economía y ahora mismo está de su lado. Los precios de la vivienda se recuperan bruscamente y todavía les queda mucho camino por recorrer. El empleo crece y si se consiguen crear bastantes puestos de trabajo, las empresas hasta podrían verse obligadas a subir los sueldos porque tendrán que volver a competir para atraer personal. La deuda de los hogares se empieza a controlar, creando margen para más gasto de los consumidores. Todo apunta a que la cifra del último trimestre ha sido una señal de un crecimiento más alto futuro y no sólo casualidad.
En segundo lugar, la Reserva Federal ha empezado a retirar la flexibilización cuantitativa. Aún queda por ver si se mantiene. En dos décadas de experimentos en Japón con la flexibilización cuantitativa, se ha cerrado el grifo muchas veces para después volverlo a abrir rápidamente otra vez. En los próximos seis meses, con unos datos de crecimiento más fuertes, es probable que se siga reduciendo el estímulo. Mientras el Fed retira la flexibilización, otros bancos centrales la aumentarán.
El Banco de Inglaterra podría abrir fuego pero el japonés seguramente aumente sus compras de activos, tanto para sostener una recuperación tímida como para mitigar los efectos de la subida del impuesto sobre la venta. El Banco Central Europeo podría acabar viéndose obligado a desatar la flexibilización para rescatar a una economía francesa que se hunde y a una periferia en apuros. En comparación, la próxima presidenta del Fed, Janet Yellen, se parecerá a Friedrich Hayek en su compromiso con la disciplina monetaria. Los mercados monetarios odian la flexibilización cuantitativa y eso también favorece al dólar.
Por último, ha crecido el riesgo de crisis geopolítica. Varios focos están que arden. Hay tensiones entre China y Japón, adversarios históricos por el control del Asia oriental. Corea del Norte podría estar al borde de una implosión muy fea. La guerra civil siria continúa haciendo estragos y podría salpicar más allá de sus fronteras en cualquier momento. Turquía se ha visto golpeada por una segunda crisis política en menos de un año. Una tercera sería fatídica para el gobierno actual. Nadie sabe cuándo esos conflictos en ebullición se convertirán en guerras pero lo que sí es seguro es que no hace falta más que una gran crisis geopolítica para que los inversores huyan de vuelta a la seguridad del dólar.
Poco les importa necesariamente a los inversores de EEUU. Los mercados americanos parecen estar valorados más que justamente pero para los inversores del resto del mundo, los títulos estadounidenses e incluso los bonos siguen siendo atractivos, aunque sólo sea por sus probabilidades de ganar con el ascenso de la moneda incluso si los índices no acaban el año mucho más altos.
El mercado de EEUU ha estado impulsado por las compras internas en 2013; en 2014 serán las extranjeras las que le empujen más arriba. La moneda americana sigue en declive a largo plazo como moneda de reserva internacional y un par de meses buenos no lo van a cambiar. La cuota estadounidense de la producción global se reduce constantemente con cada año que pasa pero eso no significa que no pueda escenificar subidas en un mercado bajista. Y eso es lo que pasará este año.