Opinión

Sudáfrica: La nostalgia de una era

Resulta muy difícil cuantificar lo que significa Mandela para los sudafricanos. Lo que está claro es que se ha apagado en el peor momento. Después de un importante crecimiento económico, de convertirse en una de las claves del futuro africano, y de ser uno de los emergentes, Sudáfrica está yendo marcha atrás.

El desempleo, la corrupción, las amenazas al Estado de Derecho, y el descontento laboral que se ha materializado en duras protestas y disturbios, han hecho del 2013 el año más difícil desde las primeras elecciones multirraciales que llevaron al poder de Nelson Mandela.

Inevitablemente, los sudafricanos echan una mirada al pasado. Aquel en el que Sudáfrica emergió después de décadas de aislamiento internacional tras acabar con la bochornosa política de segregación racial. Y todo gracias al liderazgo de Mandela, que supo gestionar una difícil transición, uniendo a todas las facciones de la oposición, y negociando con el gobierno. Desde entonces, representa el alma de la nación, la esperanza de una Sudáfrica mejor. Madiba dio vida a sus aspiraciones.

Para entonces ya era un héroe. Desde mediados de los 40 se inició en la lucha contra las políticas racistas del Gobierno sudafricano dentro del Congreso Nacional Africano (CNA). Un compromiso que fue creciendo y que le dio cada vez más notoriedad. El juicio de Rivonia, su largo encarcelamiento en la prisión de Robben Island y el hecho de que el anti-apartheid se convirtiera en una causa global hicieron el resto. El CNA supo atraer la empatía de los demás países y el atractivo internacional de Mandela se disparó.

Un atractivo que supo aprovechar cuando alcanzó la presidencia. Quien mejor que él para asegurar al mundo y a los sudafricanos que la transición hacia la democracia sería un éxito; qué mejor diplomático para animar a los inversores extranjeros y al turismo para descubrir un nuevo país. Y estas fueron sus principales labores durante su único mandato en el que delegó buena parte de la toma de decisiones en el que sería el siguiente presidente, Thabo Mbeki. Aunque quiso dejar su impronta en un área: la policía exterior. Puso al frente de ella la promoción de los derechos humanos, el desarme global, y el apoyo a las organizaciones internacionales, en particular las africanas. Subrayaba que Sudáfrica no podía escapar a su destino africano, y que el continente debía centrar sus esfuerzos en alcanzar más unidad. De alguna manera, deseaba que su país fuera un ejemplo de que los pueblos africanos eran capaces de construirse un porvenir digno.

Aunque tenía asegurado un segundo mandato, quiso apartarse de la presidencia. Quizás éste sea el mejor ejemplo político que podía dar a muchos de sus vecinos que se han perpetuado en el autoritarismo. Sin embargo, Mandela no evitó que Sudáfrica se convirtiera en un país con un partido dominante, el CNA, empeñado además en crear un mito y un culto alrededor de la figura de Mandela, desapareciendo cualquier tipo de crítica o debate sobre sus ideas y acciones.

Y cometió algunos errores, como él mismo admitió. Sus detractores recuerdan sus lazos con el partido comunista, y su papel como comandante del brazo armado del CNA, abandonando el principio de la "no-violencia". También sus inconsistencias al promover los derechos humanos mientras otorgaba medallas al dictador indonesio Suharto, o mantenía sus viejas amistades con Cuba y Libia. Otro de sus pecados fue no pronunciarse a tiempo -durante su mandato- y con firmeza, contra el VIH, una lucha que sin embargo retomaría con fuerza a principios del nuevo siglo.

Nunca abandonó su activismo al tiempo que su imagen se convertía en una floreciente industria nacional. Existe una línea de moda con su número de prisionero y hasta un reality protagonizado por sus nietos llamado Being Mandela. Se intentó incluso sacar provecho de su imagen durante sus días de hospitalización, y nadie duda de su utilización en las próximas presidenciales que se celebrarán en 2014.

Mientras los sudafricanos anhelan su firme liderazgo ante el desastroso panorama económico que arrastran, la comercialización de su imagen y la obsesión de los últimos tiempos por inmortalizar a Madiba han corrompido su legado, que debe ser respetado y cuidado con sus éxitos y sus fracasos. Era un gran hombre, pero al fin y al cabo, un hombre.

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