Opinión

¿Vuelta a la bipolaridad?

El objetivo de la reunión entre los presidentes chino y norteamericano, Xi Jinping y Barack Obama, era sentar las bases de un nuevo marco de relación. Xi con un perfil más internacional que su predecesor, Hu Jintao, subrayó la trascendencia de la cita, comparándola con la normalización tras la visita de Richard Nixon a su país en 1972. En dos días Obama y Xi mantuvieron ocho horas de reunión. Ambos tienen aún varios años por delante en sus respectivos cargos: deberán compartir la escena internacional hasta principios de 2017. Los resultados han sido más bien magros. Las conversaciones giraron alrededor de tres cuestiones fundamentales: Corea, ciberseguridad y cambio climático.

Respecto a Corea del Norte se acordó mantener la presión sobre el país para frenar sus ambiciones nucleares. En cuanto a los ataques cibernéticos, Obama denunció robos masivos de datos digitales, privados o gubernamentales, por parte de China, si bien fue cauteloso al pedir reglas comunes en un terreno "aún inexplorado" en materia de normas internacionales. La paradoja es que Obama defiende la seguridad informática en momentos en que su gobierno es blanco de polémica por una operación de espionaje de información privada a gran escala en nombre de la lucha contra el terrorismo. Xi aseguró que su país también fue "víctima de ciberataques" y habló de "malentendidos". Al menos se abordó e investigó el problema.

Donde parece haberse avanzado es en la lucha contra el cambio climático: por primera vez, China se comprometió a trabajar con EEUU para limitar la producción de gases de efecto invernadero.

Los derechos humanos -"clave de la prosperidad y la justicia"- fueron asimismo parte del diálogo. Y sobre todo la interdependencia económica. El comercio bilateral podría superar este año los 600.000 millones de dólares. Por su parte, la República Popular es el principal acreedor externo de EEUU, y el segundo interno, después de la Reserva Federal. No hay país en el mundo más interesado que China en el éxito económico de EEUU. Pese a ser estrechos socios comerciales la competencia económica y geopolítica es feroz. Las conversaciones, aunque distendidas, no llevaron inmediatamente a avanzar en los temas más espinosos.

EEUU ha reiterado públicamente querer aumentar su influencia en el área de Asia-Pacífico, algo que no gusta en Pekín que mantiene disputas territoriales con aliados de Washington en la zona. Una irritación aun mayor en momentos en que se negocia, bajo el auspicio de EEUU, el Acuerdo Transpacífico sin incluir a China. Se acordó, sin embargo, una mayor comunicación y coordinación en la región.

Otra muestra de buena voluntad fue que en la anterior visita a Latinoamérica, Xi tuvo cuidado de no profundizar la rivalidad en el hemisferio occidental. Prueba de ello es que su gira no incluyó Cuba ni Venezuela. China consolida su posición de inversor, socio comercial y de cooperación de Latinoamérica sin lanzar un desafío abierto a EEUU. Se ha sentado un precedente fundamental. La conclusión más importante es la predisposición a rebajar tensiones y dar prioridad a vías diplomáticas frente a acciones unilaterales.

La pregunta que se plantea tras esta cumbre informal es la siguiente: ¿asistimos a una vuelta a la bipolaridad? Efectivamente, después de un efímero periodo de unipolaridad hegemónica EEUU vuelve a compartir el liderazgo de un mundo que regresa a la bipolaridad. Norteamérica quizá aprenda de China que el mundo nunca puede ser dominado. Lo esencial reside en descubrir la dirección de los acontecimientos y tratar de armonizarlos con los propios intereses.

Una vuelta a la bipolaridad no es el objetivo final deseable aunque ese será el caso si las relaciones entre ambas potencias se rigen por la confrontación. Xi Jinping será quien dirija su país cuando se convierta en el mayor poderío económico mundial y deba convertir al yuan en una moneda global. ¿Es ineludible la colisión entre la potencia establecida y aquella en ascenso? Obama está a la cabeza de un país en números rojos fiscales y una deuda equivalente a todo su PIB. Xi tendrá que canalizar las demandas populares que con centenares de huelgas y protestas diarias piden mayor participación.

Todo tendrá que ver con el nuevo pensamiento estratégico. El marco al que parecen aspirar Xi y Obama está caracterizado -cuando no siempre por la cooperación- al menos sí por la diplomacia y el diálogo incluyente. Si lo consiguen se habrá dado un paso importante más allá de la coexistencia pacífica hacia el multilateralismo.

Marcos Suárez Sipmann, analista de Relaciones Internacionales (@mssipmann)

WhatsAppFacebookFacebookTwitterTwitterLinkedinLinkedinBeloudBeloudBluesky