
Cuando un equipo de fútbol no rinde, los dueños siempre hacen lo mismo: buscar a un entrenador extranjero famoso que dé la vuelta a los resultados en el campo. Los ingleses están a punto de hacer precisamente eso con su economía.
Después de cinco años estancados, con un déficit monstruoso y la recuperación del crecimiento normal más distante que nunca, se han lanzado al equivalente de una súper estrella en el mundo de la banca central: el prestigioso gobernador del Banco de Canadá, Mark Carney.
Esperan que Carney logre las mismas hazañas en el Reino Unido que en su propio país, Canadá, aunque hay dos grandes problemas. El menor es que la economía canadiense ya no está en tan buena forma como cuando le nombraron; el mayor es que se verá tentado a optar por soluciones rápidas y llamativas.
Un funcionario de carrera del Banco de Inglaterra, como el gobernador saliente Sir Mervyn King, podría pensar que el país tiene problemas arraigados y para arreglarlos hace falta trabajar mucho durante años. Carney entra en el puesto con una gran reputación y un gran salario. Necesitará resultados rápidos para justificar su cargo, aunque no consiga más que empeorar las cosas.
Sus logros
No hay duda de que Carney trae unas credenciales excelentes bajo el brazo. Canadá navegó por la crisis financiera sin que ninguno de sus grandes bancos se hundiese. La economía siguió creciendo (un 3,1% en 2010 y 2,5% en 2011) mientras las demás grandes economías se estancaban en una recesión. Su mercado inmobiliario continuó siendo sano y el desempleo bajo, apenas por encima del 7 por ciento de la población activa. Si al Reino Unido le hubiera ido tan bien en los últimos cinco años, estaría ahora mucho mejor.
Sin embargo, ahora parece que el autobús canadiense se está quedando sin ruedas. El mercado inmobiliario se tambalea y podría quebrar. El crecimiento se ha reducido bruscamente. Las agencias de calificación crediticia han bajado la nota de muchos bancos de Canadá por su exposición a unos préstamos inmobiliarios que podrían pudrirse pronto.
Cada vez más, Mark Carney parece el hombre que consiguió que la burbuja de la deuda durase más que los demás y no alguien que encontró el modo de que una economía madura creciera sin inflar los préstamos. Con el tiempo se verá. Lo más preocupante es que cuando asuma el mando del Banco de Inglaterra, se verá empujado a diseñar políticas que pongan a la economía en marcha enseguida.
¿Por ejemplo? Podría decantarse por una devaluación importante de la libra. El gigantesco fondo de inversiones Pimco dijo hace una semana que Carney podría acometer una devaluación del 15%. La lógica esbozada por su director de carteras en libras, Mike Amey, tenía sentido. Carney tendrá muy pocas herramientas políticas en su maleta para poner la economía al menos en segunda marcha.
Una devaluación fuerte de la moneda es una de las pocas disponibles, por lo que la tentación debería ir en ese sentido. Por supuesto, el banco no fija el tipo de cambio de la libra pero si menosprecia a la divisa o imprime suficiente papel, lo normal es que la mande hacia abajo y eso debería ayudar a las exportaciones. O Carney podría lanzar una campaña de facilitación cuantitativa a escala japonesa. Todavía se desconoce el éxito de las Abenomics pero si el banco central mantiene las imprentas funcionando, eso tendrá sus efectos sobre la economía.
¿Y los tipos?
Por otro lado, Carney podría prometer dejar los tipos de interés en su mínimo histórico en 300 años de sólo el 0,5% durante todo su mandato inicial de cinco años. Eso debería estimular los préstamos y, con el tiempo, conducir incluso a un aumento de la inversión. Otra posibilidad podría pasar por optar por algo nuevo, como por ejemplo utilizar el dinero impreso para financiar directamente el crédito a las empresas o reactivar el mercado inmobiliario (el Banco ya ha maquinado antes planes para inyectar dinero directamente a la economía, aunque podrían ampliarse).
Quién sabe, hasta podría imprimir varios miles de millones y exigir un depósito de mil libras en cada cuenta bancaria del país. Así la gente se vería animada a gastar. Cualquiera de ellas podría obtener resultados rápidos. Las ventas en las tiendas subirían y el paro bajaría pero la posición a largo plazo sería peor.
Al fin y al cabo, la libra ya se ha devaluado sin muchos signos de que las exportaciones mejoren y el banco británico ha impreso dinero como un hámster en esteroides, aunque sin demasiado éxito en estimular el crecimiento económico. Con cada año que pasa, el dinero artificialmente barato distorsiona la economía todavía más. En realidad, el problema británico no es que su banco central no haya sido lo suficientemente activo sino que se enfrenta a dos problemas mucho más graves. Durante una década, se basó en la deuda y no en el crecimiento productivo para aumentar el PIB. Eso le dejó con una economía relativamente improductiva y sumida en una enorme deuda aplastante.
Según los cálculos de Citigroup, la deuda del sector privado sólo ha caído del 229% del PIB en 2008 al 208% del PIB a finales de 2012.
El desapalancamiento no ha hecho más que empezar y tiene mucho camino por delante. Su estado es demasiado grande para la capacidad productiva de la economía.
El Estado consume el 45% del PIB pero los impuestos recaudan menos del 36% del PIB y ningún gobierno en la historia del país británico ha conseguido jamás extraer más del 38 por ciento del PIB en impuestos (paradójicamente, el nivel más alto fue el 37,6 por ciento que la supuestamente presidenta derechista Margaret Thatcher logró en 1981). En algún momento tendrá que haber recortes masivos del gasto estatal para cerrar esa brecha.
La única forma real de volver a encarrilar la economía es reducir la deuda y, por supuesto, también el gasto público. Se ha dado un primer paso en ambos sentidos pero es un proceso largo y demoledor. No hay soluciones rápidas o cortoplacistas. Si Carney se pone a buscar una, hará más mal que bien y los británicos acabarán deseando tener un gobernador más discreto y con menos que demostrar.