
Alemania se niega a ser locomotora y su actitud empuja al euro a saltar por los aires.
A principios de 2010, tras la primera embestida de la crisis y después de fuertes políticas fiscales expansivas, los países occidentales iniciaban un débil crecimiento con enormes déficit presupuestarios. Se planteó entonces el dilema crucial: ¿seguimos estimulando la economía para alcanzar un crecimiento que permita crear empleo y obtener los ingresos fiscales necesarios para reducir el déficit?, ¿o iniciamos una política contractiva para alcanzar rápidamente una estabilidad presupuestaria que genere confianza e impulse crecimiento y empleo? EEUU optó por lo primero. La eurozona por la consolidación fiscal.
Posteriormente, el crecimiento medio de EEUU ha girado en torno al 2 por ciento y su tasa de desempleo ha bajado 2,5 puntos. La eurozona, tras desacelerarse, se halla inmersa ahora en una segunda recesión y su tasa de paro ha aumentado más de dos puntos. Sin embargo, el déficit público de la eurozona se ha reducido hasta el 3,5 por ciento, mientras que el de USA todavía se halla en el 8,5 por ciento: un problema que amenaza el crecimiento americano y habrá que abordar, aunque el resto del mundo siempre estará dispuesto a financiarles. Las cifras de la eurozona se explican, sin duda, por el rápido y fuerte proceso de contracción fiscal impuesto a sus países de forma uniforme (sin exigir políticas expansivas a algunos, como Alemania), realizado en un momento de recesión con unos multiplicadores fiscales tres veces superiores a los previstos y complicado con las dificultades de financiación de las economías más débiles derivadas de la crisis de deuda soberana.
A esto se añade la radical diferencia entre las instituciones y políticas monetarias de ambas zonas. Una Reserva Federal (Fed), con capacidad para actuar en los mercados financieros y estimular el crecimiento económico que ha expandido hasta límites insospechados su base monetaria, ha mantenido en niveles bajos toda la estructura de tipos de interés y ha facilitado la financiación privada. Por el contrario, un BCE encorsetado, salvo puntuales excepciones, en su papel de guardián de una inexistente inflación, sin posibilidades de intervenir en los mercados ni romper la fragmentación financiera de la zona para hacer llegar sus señales monetarias y sin poder actuar como prestamista en última instancia o impulsar el crédito a las pymes. Pero hoy está surgiendo una nueva oleada de cambios. EEUU está dispuesto a consolidar su recuperación poniendo el énfasis en el desempleo: la FED se ha propuesto continuar la expansión monetaria hasta reducir la tasa de paro al 6,5 por ciento (¿entendería el señor Rajoy que salir de la recesión con el 25 por ciento de paro parece una contradictio in terminis?). Es cierto que existen suspicacias en EEUU. ¿Podemos estar creando una nueva burbuja? Krugman responde que no hay burbuja de bonos y cree que tampoco bursátil. Hay quien no opina lo mismo y hasta el FMI se está planteando estos problemas.
En la eurozona también hay una nueva situación. Se acaban de enterar, casi con asombro, que el ritmo de reducción del déficit ha sido excesivo, que ha profundizado la recesión y el paro en muchos países y que ha impedido el equilibrio presupuestario. Ante esto, ¿cambio radical? Ni mucho menos. Una desaceleración en la senda de reducción del déficit para algunos países -lo que no deja de ser una política monetaria menos contractiva, pero contractiva al cabo- y dedicar 6.000 millones de euros (multiplicables con ayuda del BEI) en toda zona euro al paro juvenil. Pero nada de lo importante: estímulos a la inversión, recursos para un fuerte plan de choque contra el paro, flexibilizar la actuación del BCE y agilizar la unión bancaria para reducir todo el espectro de tipos de interés al tiempo que hacer fluir el crédito privado y, al fin, expandir fuertemente economías como la alemana, lo que lleva mucho tiempo urgiendo el FMI. En definitiva: Europa a contracorriente
Y también a contracorriente de Japón, que está aplicando políticas expansivas para favorecer el crecimiento. Su nueva política monetaria que pretende duplicar la base monetaria y las medidas fiscales del plan Abe dieron un tirón de la bolsa e hicieron que Japón, que ya estaba saliendo de la crisis, creciera en el último trimestre por encima del G7 gracias al aumento del consumo y especialmente de las exportaciones. No es posible desconocer los riesgos de las políticas americanas y japonesas. Pero mucho menos los de una eurozona anclada en la parálisis por culpa del austericidio impuesto básicamente por Alemania, quien, además de echar toda la culpa a Bruselas, se niega a su imprescindible papel de locomotora y continúa, consciente o inconscientemente, empujando al euro a saltar por los aires. Todavía hay tiempo, si se cambia el rumbo con firmeza y decisión, para imponer la cordura en Europa y anteponer las exigencias de una gran masa de ciudadanos empobrecidos al falso mantra de los efectos mágicos del equilibrio presupuestario a toda costa.