Que alguien vaya a la cárcel jamás es motivo de alegría. Pero la Justicia debe aplicarse con todo el rigor sobre las actuaciones presuntamente delictivas. Y más, si se trata del presidente de una gran entidad financiera, cuya conducta debería ser ejemplar.
Miguel Blesa llegó a la presidencia de Caja Madrid porque era amigo de José María Aznar, con el que coincidió en su primer destino como inspector en Logroño. El propio Aznar le dedica varios epítetos elogiosos en su última biografía.
Ser amigo del presidente del Gobierno de turno no es delito. Pero él se sintió ungido por la mano divina e inició una carrera de despropósitos que condujeron a la presunta apropiación indebida, ante la falta de crítica interna y externa.
Tomó participaciones industriales arriesgadas, que condujeron a Caja Madrid a la ruina, aprobó créditos para su amigo Díaz Ferrán saltándose las normas de riesgo más elementales y, lo peor, compró un banco en Florida a través de una operación de presunto blanqueo de capital, según el juez.
elEconomista fue el único medio que denunció sus fechorías durante años, lo que nos granjeó su veto y el de su potente lobby de influencia, bajo falsas acusaciones de chantaje. Afortunadamente comienza a hacerse Justicia.