Opinión

Los índices del miedo, al alza

Los mercados de valores no es que estén precisamente en auge ahora mismo. Hasta con la reciente euforia, la mayoría de los principales índices no están más altos de lo que estaban a principios de siglo. Las cifras de nuevas compañías que entran en el mercado mengua como jamás en la historia. Los inversores no paran de perder interés en un mercado que ofrece un rendimiento cada vez más desalentador y una selección más pequeña de compañías para invertir de año en año.

Con todo, hay una sección del mercado a la que le está yendo bien: los índices del miedo. El índice VIX de Estados Unidos, conocido comúnmente como índice del miedo por la forma que tiene de captar el nerviosismo de los operadores, se ha convertido en uno de los más citados y seguidos del mundo. Ahora Londres tendrá su propia versión, y sin duda habrá muchos más en camino en otros lugares.

Esto entraña una moraleja. El mercado de valores cada vez es menos un lugar para reunir empresas que necesitan capital e inversores que quieren darlo, y se ha convertido en un vehículo puramente especulativo, impulsado por los bancos centrales y las mareas de capital especulativo. No tiene mucho que ver con el crecimiento empresarial y económico a largo plazo, y por ello es más pobre.

Medida del nerviosismo

El índice VIX se lanzó en 1993 para seguirle el rastro a la volatilidad del mercado de valores de EEUU. Al medir la gama de opciones del S&P 500, el índice es una forma sencilla y cómoda de medir cómo esperan que se ponga el mercado los inversores volátiles. Ha sido una de las innovaciones financieras de mayor éxito de las últimas dos décadas. Se cita constantemente como medida del nerviosismo -o calma- de los inversores.

Este mes Londres tendrá también su índice del miedo. El IVI -acrónimo de índice de volatilidad implícita- seguirá el rastro de la volatilidad de las compañías que componen el FTSE-100. Sin duda será un gran éxito. El FTSE va dando tumbos como un conejo puesto de anfetaminas. Cabe esperar que se cite al IVI tanto como al VIX. Otras bolsas importantes seguirán el ejemplo. Podríamos usar un índice italiano del miedo -quizá el Paura- para las nuevas elecciones que parecen inevitables para finales de este año. Valdría la pena contar con uno griego -quizá el Fobia- la próxima vez que ese país salte por los aires. Y sería una pena no contar con uno alemán, como mínimo porque su probable nombre -Angustia- coincidiría con el estado de ánimo de muchos inversores. De hecho, hay buenos motivos por los cuales los índices del miedo se han hecho tan populares y empiezan a difundirse por todo el mundo.

La gran volatilidad del mercado

En primer lugar, los mercados están sometidos a vaivenes mucho más bruscos. Evidentemente, los mercados son volátiles desde que la gente empezó a cambiar conchas por pieles de visón, pero no en la misma medida que ahora. Los grandes vaivenes del mercado solían ser muy infrecuentes. Si tomamos el Dow durante los años posteriores a 1947, hubo una caída del 12 por ciento en 1957, y otra del 10 por ciento en 1962. Después hubo que esperar hasta 1969 para una caída anual del 15 por ciento. Hubo un episodio de turbulencia a mediados de los setenta, pero después el mercado se reguló, y entre 1978 y 2002 no hubo ni un solo año de caídas de dos dígitos.

Otra forma de verlo es medir el número de hundimientos. En un estudio de hace dos años, JP Morgan los analizó, tomando una caída del 15 por ciento en el valor del índice S&P 500 durante un período de 15 días como referencia del concepto hundimiento. Nuevamente, si nos fijamos en el período posterior a 1946, hubo uno en 1962, y otro en 1987, pero después hubo que esperar hasta 2002 para el siguiente. Una persona podría pasar toda su carrera profesional en los mercados y no ver ese tipo de volatilidad más que una vez en toda su vida. Ahora, los hundimientos llegan cada dos años, y a veces cada dos meses. No sorprende que los inversores tengan más miedo.

En segundo lugar, ahora los mercados están dirigidos por la política. El principal factor que impulsa los precios al alza o a la baja es la determinación de los bancos centrales de insuflar liquidez en el sistema, y el deseo de los Gobiernos de manipular los tipos de interés o dejar que sus déficits presupuestarios se deshagan.

Aunque podría haber sido posible -más o menos- predecir las ganancias corporativas, e incluso las tasas de crecimiento, es prácticamente imposible averiguar qué harán los bancos centrales o los Gobiernos. No son más que conjeturas, y eso le crispa los nervios a cualquiera. Finalmente, los programas de operación informatizada son los que cada vez más mueven el mercado. Los operadores de alta frecuencia son responsables de un creciente porcentaje del mercado, entrando y saliendo de las posiciones en cuestión de nanosegundos (y picosegundos, si consiguen la tecnología). Entran en estampida en una operación, y también salen en estampida de ella. Así, el mercado es inherentemente más volátil, y tiene más miedo.

El problema es que no es nada bueno. Los mercados de valores no están pensados para moverse por miedo. Sin querer sonar demasiado como un redactor de discursos de Barack Obama que se haya quedado sin ideas, también debería haber un hálito de esperanza. El objetivo del mercado es reunir a los inversores con capital y a empresas y emprendedores con ideas para ponerlo a trabajar haciendo cosas que la gente quiera. Deberían subir regularmente según crezcan las economías, y según las compañías se vayan haciendo más rentables.

Sin embargo, no hacen más que dar tumbos cada vez más bruscos. Los mercados siempre serán volátiles, es parte de su naturaleza. De vez en cuando habrá burbujas y crisis. Pero si los mercados se hacen demasiado volátiles, no prestan ninguna función útil. Los inversores no van a querer meter ningún dinero en ellos porque no les gusta ver cómo una semana se disparan para caer en picado a la siguiente. Las compañías no querrán cotizar sus acciones porque no quieren que su valor oscile bruscamente con independencia de lo bien que gestionen su negocio. Los índices del miedo tienen sus usos. Sin embargo, cuanto más influyentes se hagan, más llegarán a la conclusión muchos inversores de que el mercado de valores no es para ellos, y con toda la razón optarán por otras inversiones.

Matthew Lynn, director ejecutivo de la consultora londinense Strategy Economics.

WhatsAppFacebookFacebookTwitterTwitterLinkedinLinkedinBeloudBeloudBluesky