
Las cuentas del PP sólo prueban que sus miembros viven en otro mundo e inmunes a la crisis, como los sindicatos.
El Partido Popular se decidió ayer a hacer públicas las cuentas de los últimos años, que arrojan un superávit medio anual de siete millones. En opinión del vicesecretario general de Estudios y Programas, Esteban González Pons, ello demuestra que es "un partido saneado, decente, escrupuloso y, desde luego, muy transparente", por lo que "no necesita recurrir a ingenierías financieras". El argumentario de González Pons es fútil. La información facilitada ayer no prueba absolutamente nada, porque el dinero B jamás aparece en las estadísticas oficiales. Si acaso apuntaría a que el extesorero Luis Bárcenas montó una red de corruptos paralela a la formación a través de la que, presuntamente, gratificaba a algunos de sus dirigentes. Lo que no explicó Gonzalez Pons es por qué, como reveló elEconomista esta semana, el PP pidió en varias ocasiones el sobreseimiento de Bárcenas e incluso logró que el juez Pedraza lo sacara de la trama Gürtel.
Las cuentas del PP sólo prueban que sus miembros viven en otro mundo e inmunes a la crisis, como los sindicatos. La formación política recibió 367 millones en subvenciones en los últimos cuatro años y gastó una media del 22 por ciento más en personal, aunque fuera para atender actos y campañas electorales. Durante ese mismo periodo, el 90 por ciento de las empresas españolas achicó la plantilla y recortó drásticamente su remuneración. Eso si tuvieron la suerte de eludir el cierre.
Para más inri, hasta la semana pasada existía un pacto entre PP y PSOE para excluir a partidos políticos y organizaciones sindicales de la aplicación de la ley de transparencia, de manera que su contabilidad siga siendo opaca hasta que está auditada por el Tribunal de Cuentas. O sea, varios años después, cuando su impacto en la opinión pública es completamente nulo.
Tampoco me explico por qué el Gobierno no endurece de inmediato el Código Penal para los políticos corruptos. ¿Quizá porque algunos compañeros podrían dar con los huesos en la cárcel?
El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, logró frenar esta semana la persecución contra él al anunciar que Bárcenas podrá ser imputado por delito fiscal. Pero Rajoy seguirá bajo sospecha hasta que no comience a cortar cabezas en su Gobierno y en su partido en cuanto aparezca el mínimo indicio, como anunció hace unas semanas al prometer que no le temblaría el pulso contra las irregularidades.
En la opinión pública existe unanimidad sobre el cese de la ministra de Sanidad, Ana Mato. Sobre todo después de conocerse, para mayor escarnio de sus votantes, que abanderó y presentó el código ético del PP, que obliga a dimitir a quien mancille su buena imagen, aunque no haya acusación formal. Tampoco es de recibo que su esposo, Jesús Sepúlveda, siga a sueldo del PP, después de ser responsable de sus cuentas. Ello lo convierte en sospechoso de manejar fondos en B, al igual que Bárcenas.
El Gobierno y el PP se mueven con rapidez para intentar convencer a los ciudadanos de que la mayor parte de los papeles son falsos. Pero su credibilidad no será restituida si no actúa con la misma celeridad contra los presuntos culpables.
Para colmo, a Rajoy le crecen los enanos. El ala más radical del partido aprovecha la ocasión para movilizarse contra un presidente que consideran insípido y ausente de capacidad para tomar las decisiones que España precisa en estos momentos. En los cenáculos madrileños corren los detalles de una supuesta cena celebrada en casa de Miguel Ángel Cortés, a la sazón vocal de la Fundación Faes, a la que asistió el matrimonio Aznar, entre otra decena de invitados.
El segundo frente abierto dentro de la formación política es el de su presidenta por Madrid, Esperanza Aguirre, quien aprovecha su recién estrenada libertad de cargos públicos para lanzar dardos envenenados. Aguirre tiene una excelente pegada en la opinión pública gracias a que, en ocasiones, dice verdades como puños. Ahí está su propuesta de crear listas abiertas para votar directamente a los candidatos. Sería la única manera de acabar con el actual clientelismo político, que conduce al "sí, señor, que manda usted", y aleja de esta actividad a los personajes carismáticos.
Para defenderse, el presidente y su equipo preparan un aluvión de buenas noticias económicas al objeto de desviar la atención de los mercados y de la opinión pública de los asuntos más polémicos. Rajoy dio hace unas semanas orden a Montoro para que habilite fondos para la esperada ley de emprendedores, con el fin de combatir el desempleo juvenil. El titular de Hacienda da los últimos retoques al déficit público, que, aunque con maquillaje, conseguirá lucir una cifra mágica inferior al 7 por ciento. ¡Todo un triunfo en el año más difícil de la crisis! Ayer mismo, el propio Rajoy cerró un acuerdo presupuestario en la UE que incrementa los fondos para España. Qué pena que el gallego le eche tan poco coraje.