THE ECONOMIST (REINO UNIDO)
Xi Jinping será en marzo el nuevo presidente de China. Como tal, tratará de combinar crecimiento económico y estabilidad política. Pero esta tarea es cada vez más difícil. En los últimos diez años, la economía se ha cuadriplicado; una red de seguridad (aunque rudimentaria) ofrece asistencia sanitaria al 95% de la población (frente a un 15% en 2000). Pero los pobres critican la desigualdad, corrupción, daño medioambiental y las expropiaciones de tierras. A la clase media le preocupa la comida contaminada y muchos envían sus ahorros fuera. Para sus ciudadanos recuperen la fe en el Gobierno, Xi debe iniciar una reforma política profunda. Una China débil sería mucho más peligrosa que una fuerte.
