
El cataclismo de la Eurozona no le viene nada bien a la economía británica porque afecta a las exportaciones con su mercado más grande y cercano. Mella la confianza de las empresas, ralentiza la inversión en toda Europa y socava la fe en unos bancos que no estaban en demasiada buena forma para empezar.
Sin embargo, en un sentido importante ha sido una bendición, al alejar la atención del estado nefasto de la economía británica. Cuando la casa de uno está en llamas, es fácil no darse cuenta de que el vecino tiene hierbajos secos en el jardín y algún que otro agujero en el tejado. Pero puede que los problemas de Gran Bretaña no sigan siendo invisibles por mucho tiempo.
A medida que el crecimiento se ralentiza, aumenta el déficit y los préstamos del Gobierno alcanzan cotas más altas, es inconcebible que el Reino Unido pueda seguir formando parte del selecto grupo de países con triple 'A'.+
Cuestión de tiempo
Sólo es cuestión de tiempo hasta que una de las grandes agencias se ponga manos a la obra a rebajar la calificación. La rebaja, por sí sola, no importaría mucho. Japón y Estados Unidos perdieron su triple A y continuaron prácticamente como si nada, pero esta vez podría provocar la caída del Gobierno de coalición de David Cameron. Si combinamos la rebaja de la calificación con el caos político, los mercados se pueden asustar. Y, cuando se asusten, la libra y el índice FTSE-100 se llevarán un buen golpe.
Las agencias de calificación suelen ir con retraso -a veces, mucho-. No vieron venir la crisis del mercado de las hipotecas basura hasta que era demasiado tarde. Durante mucho tiempo pensaron que Grecia era cada vez más solvente, no al revés. Pero incluso el analista de créditos más adormilado se habrá dado cuenta ya de que algo va mal en la economía británica. Este año, el Reino Unido tendrá suerte si registra crecimiento y hasta podría sumirse en una recesión en toda regla. El auge constructor olímpico de Londres se ha desvanecido y los turistas se han marchado a casa. Las exportaciones se han detenido pese a la enorme devaluación de la libra. Reino Unido se parece al nuevo Japón: una economía isleña sobrecargada de deudas, con un banco central que imprime dinero sin gran efecto y un sistema bancario sin síntomas de recuperación desde la última burbuja.
El club de países de triple A es cada vez más exclusivo. Japón no es miembro desde hace años, a EEUU le echaron el año pasado y a Francia le ha tocado este año. Alemania sigue dentro, aunque incluso la gran potencia está en vigilancia negativa (en jerga de agencias, bajo advertencia de posible rebaja inminente de la calificación). Están Suiza y los países escandinavos (Suecia, Noruega y Finlandia), y también Holanda. Canadá les acompaña junto a Australia, Hong Kong y Singapur, como es lógico.
Un 'extraño'
Países con índices de crecimiento por encima de la media, sistemas bancarios estables y bien capitalizados, y modelos de bienestar, salud y pensiones debidamente financiados y sin pasivos indefinidos. Dentro del club, el Reino Unido destaca como un ritmo hip-hop en el nuevo disco de Bob Dylan. Las finanzas del Estado no tienen nada de estables.
El mes pasado supimos que tuvo que pedir prestado 600 millones de libras en julio, aunque tradicionalmente sea un mes muy fuerte en ingresos. Se produjo una caída del 0,8 por ciento en la recaudación de impuestos, con un impuesto de sociedades particularmente débil. En el cuarto mes del año financiero, el Ejecutivo ya ha pedido prestadas 44.900 millones de libras, 9.300 millones más que en el mismo periodo de 2011. Y eso viniendo de un Gobierno que había prometido reducir el déficit.
El Centro de Estudios Políticos asegura que el Gobierno no controlará el déficit durante la actual legislatura. Hasta ahora sólo se ha conseguido un 6 por ciento de la reducción en el gasto prevista. Se prevé que la deuda suba a 605.000 millones en 2015, pasando del 53 por ciento del PIB en 2009-10 al 76 por ciento en 2014-15.
Si el crecimiento continúa por debajo de lo esperado, las cifras pueden empeorar mucho. Los niveles de deuda, en ascenso continuo, junto a una recesión casi permanente o con un crecimiento flojo, son una combinación letal para los índices de deuda y, si no, pregunten a italianos o españoles. Ninguno de sus Gobiernos ha sido especialmente extravagante en los últimos años, pero, si una economía se niega a crecer, cuesta mucho impedir que la deuda suba año tras año. Peor aún, no hay muchos signos de reforma estructural.
El Estado consume la mitad del PIB, el déficit comercial es enorme y el Ejecutivo tiene unos compromisos indefinidos inmensos en sanidad, pensiones y bienestar que se encarecen con una población envejecida. Los bancos de la City suponen un gran pasivo potencial: un agente deshonesto en Barclays Capital o HSBC podría añadir 100.000 millones de libras al déficit en una mañana. En resumidas cuentas, la rebaja de la calificación es un hecho seguro. Nadie en su sano juicio pondría al Reino Unido en la misma liga que Suecia, Canadá o Singapur.
El problema es lo que pase después. La coalición conservadora/liberal demócrata de David Cameron se ha comprometido a mantener el apoyo de las agencias de calificación y los mercados de bonos. Hasta ahí llega su estrategia económica.
Si desaparece la triple 'A', la coalición podría no sobrevivir. Cameron se tambaleará al frente de un Gobierno minoritario enclenque o convocará elecciones. Los mercados suelen estar dispuestos a pasar por alto una rebaja de la calificación a cambio de estabilidad política. Pero una reducción seguida del caos político sería mucho más preocupante. Todo estará en el aire salvo una cosa: no conviene tener libras, bonos británicos ni capital cuando suceda.
Mathew Lynn, Director ejecutivo de la consultora
londinense Strategy Economics.