
No hay ganadores ni perdedores. Todos los Estados han obtenido lo que consideraban primordial y han cedido en otros aspectos que no les parecían tan vitales. El resultado, tras una cumbre en la que se ha negociado a cara de perro, es el primer compromiso creíble que alcanza la UE en defensa del euro.
El tiempo y el desarrollo del acuerdo -todavía quedan muchos puntos por concretar- ratificarán su verdadero alcance. En el plano político, la cumbre muestra cambios importantes en las alianzas de poder. El primero es que la UE ha dejado de pivotar sobre el eje París-Berlín. Monti y Rajoy, acuciados por las mismas preocupaciones, unieron esfuerzos, y Hollande aprovechó para abanderar a los grandes países de la periferia y desplazar el centro de Europa hacia Francia. Merkel se quedó sólo con el apoyo de los pequeños países del centro y del norte, pero no ha perdido, porque ha conseguido lo que era su objetivo principal: un supervisor único que controle las entidades financieras.
De esta cumbre nace el germen de una Europa federal -Francia se refugia en el término solidaridad para no hablar de cesión de soberanía-, que va a compartir un supervisor bancario único que dará más control, flexibilidad y transparencia al sistema financiero. La decisión sobre las entidades nacionalizadas ya no dependerá de los Gobiernos ni de los bancos centrales de cada Estado, sino de Bruselas, que tendrá el control con todo lo que ello implica. Por ejemplo, la capacidad de liquidar entidades que no se consideren viables.
Merkel se ha garantizado la responsabilidad y la cohesión interna de la eurozona, que con el tiempo desembocará en un sistema bancario unificado, en el que se obvien nacionalidades y se hable bancos europeos, como dice en su informe anual el Banco de Pagos Internacionales. En tan sólo seis meses estará en marcha el proyecto, que tiene la virtud de romper el vínculo entre los bancos y la deuda soberana que ha hecho la crisis más virulenta.
La cumbre del Eurogrupo refuerza su apuesta por el euro al autorizar un uso flexible de los fondos de rescate para comprar deuda de los países en apuros a partir de octubre. Es un mandato claro de estabilizar los mercados, con la compra de deuda a través de los fondos europeos -Fondo Europeo para la Estabilidad Financiera (EFSF, por sus siglas en inglés) y Mecanismo Europeo de Estabilidad (ESM, por sus siglas en inglés)- prioritariamente, pero no de forma exclusiva. El texto del acuerdo no lo dice claramente, pero de su lectura se desprende que el BCE está detrás, respaldando la estabilidad. Una mayor concreción en este sentido acabaría de una vez con la incertidumbre.
España ha conseguido dos aspectos clave sobre los que se ha librado una dura batalla política: la recapitalización directa de los bancos y la anulación de la prevalencia en el cobro del ESM. La recapitalización directa no será posible en tanto no se cree a finales de año el supervisor único. Mientras, la ayuda a la banca española -que como pronto se materializaría en otoño- provendrá del EFSF para pasar al ESM cuando entre en vigor en enero y con el supervisor único ya operativo. Merkel recuerda, y Draghi la secunda, que la ayuda a España e Italia tiene contrapartidas, entre otras cumplir con las recomendaciones de Bruselas.
El Gobierno español aprobará un duro ajuste en dos semanas y empezaremos a saber de verdad cuánto nos cuesta la estabilidad. De esta cumbre quedan asuntos pendientes -el fondo de garantía de depósitos o la unión fiscal- y también perfilar muchos detalles. Cuando se conozcan sabremos si por fin pisamos terreno firme.