
La posibilidad de un desastre inminente tiene la virtud de centrar en su solución las energía: la decisión de los ministros de Finanzas de la eurozona de prestar a España suficiente dinero (100.000 millones de euros) para acabar con las actuales dudas sobre la estabilidad de su sistema bancario es un reconocimiento bienvenido de la realidad, así como una buena preparación para el posible impago (default) de Grecia y su salida del euro después de las elecciones del domingo.
Pero los elogios deberían acabar ahí. La realidad -mejor dicho, la verdad- todavía no se acepta del todo. Una parte de la verdad afecta a la dirección que han fijado tanto la eurozona como Gran Bretaña. La actual política a escala europea de austeridad presupuestaria en todas las circunstancias, junto con los temores persistentes a derrumbes financieros, y en una economía mundial en la que incluso los elefantes esprínteres de China, India y Brasil se están quedando sin aliento, garantiza en el mejor de los casos el estancamiento; en el peor, una espiral descendente.
Las empresas, tanto en Gran Bretaña como en el continente, nadan en dinero y son reacias a pedir créditos para que las cosas no empeoren, lo que contribuye a que sea justo eso lo que suceda. Pasó en Japón a finales de los 90, después de la lenta respuesta oficial al crack financiero, que acabó con la confianza y provocó un largo estancamiento deflacionario. Japón era lo bastante fuerte a nivel social y económico para soportar las consecuencias. No sería prudente apostar por que Gran Bretaña o la mayoría de los países europeos demuestren una capacidad de recuperación similar.
Para empezar, George Osborne está equivocado cuando culpa a la eurozona de la recesión británica; Ed Balls está equivocado cuando dice que la recesión es obra de Downing Street. Tanto Downing Street como la eurozona tienen la culpa. Están siguiendo la misma política, incluso azuzándose mutuamente mientras lo hacen.
La realidad macroeconómica es que la contracción fiscal simultánea de todos los países occidentales -incluyendo aquellos, como Alemania, Gran Bretaña, Japón y Estados Unidos, que están disponiendo de costes por intereses extremadamente bajos- trata de curar un síntoma, el elevado endeudamiento público, al tiempo que mata gradualmente al paciente. Duele decir esto, pero los socialistas franceses, que están luchando en las elecciones parlamentarias del país por dar al presidente François Hollande una mayoría suficiente el 17 de junio, tienen razón. Aquellos Gobiernos que puedan deben estimular la demanda.
No está claro que Francia tenga mucho margen para eso, pese a que probablemente tenga algo con las rentabilidades de los bonos del Estado francés a sólo un 2,4%. Pero está claro que Alemania sí puede con un déficit presupuestario de sólo el 1,3% del PIB previsto para este año, y lo mismo podría decirse de Austria, de los Países Bajos y de toda Escandinavia, dados su bajos costes por intereses. Y el interés del 1,6 por ciento de los bonos británicos seguramente debería convencer a Osborne de que tiene más sentido para él pedir dinero prestado para construir y reparar carreteras que hacerlo a mayor coste a través de inversores privados.
Esa realidad político-económica es la sombra más importante que se cierne sobre Europa: más importante que el propio euro. Para esta espiral descendente, dispuesta por la sobreinterpretación de los temores del mercado de bonos por parte de quienes hacen políticas, es en sí la razón por la que las deudas de tantos países parecen insostenibles.
Los bancos españoles están en apuros porque sus mercados inmobiliarios siguen en declive, haciendo que los préstamos cada vez se vuelvan peores, debido a la demanda descendiente en el propio país y en el extranjero. Ha sido algo común, durante el largo estancamiento del euro desde la crisis hasta el rescate hasta la siguiente crisis, condenar la falta de liderazgo por parte de los políticos en Europa, especialmente de Merkel en Alemania hasta el anterior y poco recordado Sarkozy. Aun así, la verdad es que el problema ha sido demasiado liderazgo, expresado mediante la imposición de una austeridad presupuestaria universal y un liderazgo incompatible, debido a la básica diferencia de opiniones sobre la verdadera naturaleza de la unión monetaria europea.
Todos los rescates o ejercicios de construcción de cortafuegos han sido un intento, hasta ahora con éxito, de hacer tiempo para evitar enfrentarse a esa diferencia fundamental de opiniones. El rescate de los bancos españoles ahora hará lo mismo, aunque no durante mucho tiempo, dadas las elecciones griegas. Se haría muchísimo más tiempo si solamente el liderazgo que apoya la austeridad diese un giro completo, pero eso parece poco probable.
La diferencia de opiniones es, tal y como siempre se ha apuntado (disculpas) en esta columna, sobre si la Unión Monetaria Europea se regirá por normas impositivas pero con responsabilidad nacional para la deuda pública o si sería un sistema de responsabilidad colectiva y de gobernabilidad colectiva asociada. En 1999, el euro nació con la estructura de la primera idea, pero con el sentimiento político de la segunda. Ahora el problema radica en que no tiene ninguno, o más bien que tiene un poco de ambos, lo que significa más de lo mismo, puesto que nadie sabe muy bien hacia dónde se dirige el sistema monetario. El pacto fiscal que Gran Bretaña rechazó de forma tan grosera el pasado mes de diciembre supuso un movimiento brusco dirigido por los alemanes para volver a las normas y una promesa de que esta vez realmente se aplicarían. El rescate del sistema financiero español este pasado fin de semana ha sido un movimiento provisional hacia la solidaridad, la mutualización del problema de la deuda pública, en este caso la necesidad del Gobierno español de garantizar sus bancos.
El próximo domingo, si los griegos eligen un Gobierno decidido a renegociar los términos de sus préstamos, nos enfrentaremos a una prueba algo inquietante sobre la dirección que los alemanes están dispuestos a tomar. Si, como ha quedado implícito en las declaraciones tanto de Merkel como de su ministro de economía, Wolfgang Schäuble, la respuesta de Alemania fuera que Grecia debería abandonar el euro si no puede atenerse a sus reglas, veremos probablemente una sólida confirmación de esta decisión. Una teoría alternativa es que Merkel esté esperando que los griegos se vayan antes de realizar un llamamiento claro y decisivo hacia una responsabilidad colectiva por parte del resto de los miembros del euro. Se espera que proponga una mutualización de las deudas por encima del 60 por ciento del PIB por un período de tiempo específico, o algo similar, lo cual pongo en duda. Cuando Merkel dijo a David Cameron la semana pasada que Europa necesita una mayor integración política y económica, no se trataba de una declaración de intenciones, sino más bien de una declaración de lo que tendría que ocurrir antes de que Alemania sacara su chequera. Cualquier movimiento dirigido a asumir la responsabilidad de las deudas de otros países corre el riesgo de ser abortado por el Tribunal Constitucional alemán, a menos que dicho movimiento esté amparado por un sólido tratado, y rechazado por los votantes si el control del dinero alemán no queda claro.
Así las cosas, mi sospecha es que Alemania, en el fondo, o en las mentes de sus votantes, no acepta el euro como una unión monetaria irrevocable, porque la revocación será necesaria en último término si hubiere que aplicar las normas y por ello aceptarlas como estructura básica de la moneda. Una salida griega será la prueba de ello. Tendremos la prueba más bien pronto.
¿Sabe alguien cómo se dice en alemán "pour encourager les autres" (para animar a los otros)?