
El 46% del ajuste es alza de impuestos, aunque más dirigido a la empresa que al consumo.
E l ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, anunció ayer un recorte de 27.000 millones que, junto a la subida anterior de impuestos, la congelación del presupuesto del último ejercicio y el tijeretazo a los déficits autonómicos, suma alrededor de 57.000 millones. Se trata, sin género de dudas, del mayor ajuste de la historia reciente en nuestro país. Un recorte sin precedentes. ¿Será suficiente para sacarnos de la crisis económica? Ésta es la pregunta del millón de dólares.
España es un país excesivamente endeudado, con buena parte de las administraciones autonómicas y locales en quiebra técnica -seamos sinceros-. El endeudamiento público representa el 70 por ciento del Producto Interior Bruto (PIB), pero el 230 por ciento restante, hasta sumar tres veces el PIB anual, corresponde al sector privado. Existen decenas de miles de empresas que, a su elevado endeudamiento, deben añadir el problema de la parálisis de la demanda, bien sea pública o privada.
Con este panorama, surgen muchas dudas que auguran que los recortes, por profundos que sean, serán insuficientes para sacarnos de la crisis. Al contrario, pueden arrojarnos a un círculo infernal que nos arrastre a una depresión sin precedentes si no recurrimos a ayuda externa.
Algunos economistas se quejan de que los recortes van acompañados de una sobredosis de impuestos. Unos 12.500 millones, el 46 por ciento del total, proviene del incremento de tasas y gravámenes. El Gobierno argumenta que éstos recaen principalmente sobre las grandes empresas, a fin de evitar un mayor deterioro del consumo, aunque inevitablemente mermará la inversión. Por eso, se aplazó un incremento del IVA hasta de los productos básicos, que estuvo en estudio. Los funcionarios, por ejemplo, mantienen el poder adquisitivo pese a que su retribución se ve reducida al alargar la jornada laboral.
El paquete de reformas debería servir para recuperar la confianza ante los inversores extranjeros, que huyen de nuestro país como de la peste. España está en una encrucijada de caminos hacia ninguna parte. La única opción es seguir usando las tijeras. En las próximas semanas debe abordarse una reordenación de las Administraciones, con la supresión de duplicidades entre organismos, así como del sistema sanitario, con la introducción de instrumentos de copago.
Rajoy debe sentirse como el cirujano que opera a corazón abierto, in extremis, y es imposible saber cómo reaccionará el paciente en el posoperatorio.
Lo peor es que durante esta semana han surgido varios elementos que dificultan el éxito de la operación. La pérdida de los comicios andaluces quita apoyo por parte de la autonomía más poblada de España y la segunda con más desviación en sus cuentas para cumplir con el objetivo de déficit.
La deriva independentista del congreso de Convergencia Democrática de Cataluña (CDC) celebrado el pasado fin de semana, y su firme propósito de plantear un pacto fiscal en la segunda parte del año para mermar su contribución a las arcas del Estado es otro de los desafíos pendientes. Pero lo más grave de todo es la desconfianza que destila el resto de Europa hacia España. En la última semana hemos sufrido un auténtico asedio.
Comenzó el viernes pasado con una filtración a varias agencias españolas en la que se pedía a España que utilizara el fondo de rescate europeo para la banca, que recordaba a aquella otra artimaña en la que se ponían en duda las cifras sobre el déficit. La falta de crédito es una de los problemas más acuciantes de nuestro país y una de las asignaturas pendientes que el titular de Economía, Luis de Guindos, no ha resuelto a ojos tanto de las autoridades europeas como del propio sector bancario.
El sábado último fue el primer ministro italiano, Mario Monti, quien criticaba la falta de ajustes, pese a que los de Italia son la mitad exactamente que los españoles. Además, me temo que la subida de la prima de riesgo española esta semana obedece a la presión que tanto el presidente del BCE, Mario Draghi, como la canciller germana, Angela Merkel, pretendían ejercer sobre Rajoy y Montoro por si tenían la tentación de relajar los recortes. La huelga general fue un absoluto fracaso, pero las amenazas de los sindicatos de plantear una movilización permanente añaden trabas al difícil proceso de recuperación. Sólo las primeras luces que alumbran una recuperación mundial permiten agarrarse al optimismo. Rajoy no debe desanimarse.