CLARÍN (ARGENTINA)
Hace unos días, el mundo lloró la muerte de Václav Havel, el legendario, casi mítico, presidente de la República Checa. El llanto empapó algunas baldosas en Argentina. ¿Cómo un lejano político checo despierta tanta tristeza al morir? Además de político, Havel fue disidente comunista, cabeza de la Revolución de Terciopelo de 1989, activista por los derechos humanos que veía arrasados en su país por la URSS y dramaturgo. Pasó cinco años preso por defender sus ideas. Fue poeta, ensayista, investigador y amante de la música. Raro para ser político, pero así son los checos. Era, además, un tipo duro de pelar. En 1997 echó a patadas al Gabinete del primer ministro Hável Klaus (Klaus incluido) envuelto en un escándalo de corrupción financiera. Nombró asesor cultural a un rockero, lució una camiseta de los Rolling para recibir a Mick Jagger, y los Stones tocaron gratis en Praga, pues no había dinero para pagar su show. Durante su adiós, los jóvenes checos lucieron camisetas con la imagen de Havel para devolverle el favor. Cercado por el cáncer, Havel no hizo de su tragedia un show. Renunció a la política y defendió el derecho a la libertad, como si en eso le fuese la vida. En 2002, en Nueva York, dio un discurso que sintetizaba su vida: "Aunque cabría esperar que esta riqueza de experiencias me hubiera dado más tranquilidad, más confianza en mí mismo, lo cierto es que ha sucedido todo lo contrario. Cada día tengo más miedo de no estar a la altura de mi tarea, de quedarme sin expectativas, de exponer mi falta de preparación para este trabajo y cometer mayores errores a pesar de mi buena fe". Havel había abdicado de la arrogancia. En estos tiempos, eso llora la gente.