Desde el inicio del nuevo Gobierno, he oído decir en diversos ambientes que la política económica que aplicará mariano Rajoy, y especialmente el ministro Luis de Guindos, tiene visos de estar influida por la Escuela Austríaca.
De ser así, tendríamos la ventaja de saber, con las precisas cautelas, hacia dónde iremos en lo económico, evitándonos los bandazos de años anteriores, cuando los lunes se era keynesiano; los martes o miércoles, friedmanianos, y el resto de la semana dependía de por dónde viniera el viento o qué se le había ocurrido a alguien relevante la tarde anterior.
De ahí que, entre 2007 y 2009, tuviéramos un déficit de 117.000 millones en las cuentas públicas, que el paro llegara al 22 por ciento y que el legado económico que dejó el Gobierno anterior sea aterrador, con una deuda que pende sobre nuestras cabezas y cuya renegociación nos hará pasar por verdaderas dificultades durante 2012.
Con este panorama, la política económica tiene poco margen de actuación, más allá de tratar de tapar a corto plazo los muchos agujeros que existen. Y quizás no quede otro remedio que hacer poco caso de teorías y adaptarse a los márgenes de actuación que existen dentro del complejo mundo globalizado, donde todos interaccionan con todos, y donde las opciones de maniobra son siempre muy estrechas. Cosa que en tiempos del Imperio Austrohúngaro, cuando los economistas de la Escuela de Viena se dieron a conocer, no sucedía.
Ahora se vive bajo los corsés de la Unión Monetaria y la espada de Damocles de los precios de los carburantes, y son, en definitiva, los mercados los que imponen su ley, muchas veces de manera poco transparente, como sucede con los ya famosos CDS (Credit Default Swap), que no dejan de ser un interesante arcano que esconde en su seno sorprendentes intereses de parte.
Ideas aprovechables
Es cierto que son bastantes los que, seguramente con razón, cuestionan algunos de los postulados de tal corriente económica, especialmente los de uno de sus más conspicuos representantes, Ludwig von Mises, fallecido en 1973 y autor de una interesante teoría del ciclo económico.
Aunque dos de sus ideas no dejen de tener su atractivo: 1) el desempleo tiene mucha relación con los altos salarios; y 2) utilizar la inflación como mecanismo para controlar los salarios no es una solución adecuada, aunque pueda tener sus efectos a corto plazo.
Al igual que otro de ellos, Friedrich von Hayek, premio Nobel de Economía desaparecido en 1973, muchas de sus ideas siguen teniendo vigencia. Algunas de ellas son, a su vez, contrarias a las tesis del siempre aplaudido John Maynard Keynes. Como, por ejemplo, el aserto de que cuando la cantidad de dinero y el crédito crecen, se producen distorsiones en los precios y los recursos se asignan de manera ineficiente, lo que avisa de una futura recesión. Algo que no se controla mediante la expansión monetaria, según proponía Keynes.
Resulta evidente que, en el caso que ahora sufrimos, tratar de solucionar los problemas del crédito desbocado de los años pasados con un mayor endeudamiento ha sido de nefastas consecuencias para las economías occidentales, como es perfectamente constatable. Véase si no el efecto de las ya olvidadas subprime sobre el sistema financiero, o el desbocado desarrollo del sector inmobiliario y las dificultades del sector financiero español, al pairo del crédito fácil, barato y casi universal.
Del fundador de la Escuela de Viena, Carl Menger, y de su más inmediato seguidor, Eugen von Böhm-Bawerk, son conocidos su interés por defender la idea de que los presupuestos del Estado han de ser equilibrados, así como en su día la defensa del patrón oro como elemento monetario de referencia. Aspectos ambos que, sin lugar a dudas, son perfectamente actuales, pues la defensa del euro y la estabilidad presupuestaria son dos de las claves fundamentales para salir del atolladero actual y de la futura prosperidad, como vienen defendiendo desde hace ya mucho tiempo el presidente del Gobierno actual y el recién nombrado ministro de Economía.
Y es en este sentido cuando toma actualidad la obra principal de Menger, Principios de Economía Política. Cuyo primer capítulo tiene un título más que sugerente: La teoría general del bien. Lugar donde se expresan ideas tales como "nuestro bienestar queda asegurado siempre que dispongamos de los bienes necesarios para la satisfacción inmediata de nuestras necesidades".
O, "un bien pierde la cualidad de serlo cuando se carece de poder de disposición sobre el mismo". Lo que, en lo económico, no será en absoluto posible mantener si no existe una disciplina presupuestaria adecuada; si no se recortan los gastos superfluos; si no se ponen las condiciones para que la economía privada crezca adecuadamente; y si no se ataca con decisión la lacra del paro, entre otras cosas, mediante un mercado de trabajo más eficaz. Acciones prioritarias del Gobierno, según ha expresado en repetidas ocasiones el actual presidente, Mariano Rajoy.
Quizás sea esto una muestra de que se van a seguir ciertos postulados de la Escuela Austríaca de Economía.
Eduardo Olier, director de la Cátedra de Geoeconomía Universidad CEU San Pablo.