
El nuevo presidente de Sacyr pactó con Abelló y Carceller la salida de Del Rivero la noche anterior al consejo.
La noche del 30 de junio al 1 de julio de 1934, Adolf Hitler ejecutó una purga espectacular entre sus más allegados colaboradores, adversos a su pensamiento. Por eso en Alemania se la denomina como la noche de los cuchillos largos. Un calificativo parecido podría darse a la del 19 de octubre, víspera del consejo de Sacyr, que se saldó con el cese de su presidente, Luis del Rivero. La velada, organizada por destacados accionistas de la constructora, tuvo como protagonista a su consejero delegado y actual presidente, Manuel Manrique.
En la cita, tanto Demetrio Carceller como Juan Abelló, los dos consejeros que enarbolaron desde el comienzo la bandera contra Del Rivero, se esforzaron en explicar a Manrique que era una locura darle su apoyo, dado el grave riesgo que corría la empresa de acabar en concurso de acreedores si éste no accedía a desprenderse de entre el 5 y el 10 por ciento de Repsol.
Del Rivero diseñó una estrategia para atraerse a los bancos que acabó en estrepitoso fracaso por culpa de la sequía de crédito. El pacto con la mexicana Pemex, por el que pretendía alcanzar el control de Repsol por la puerta de atrás y luego vender una parte para retribuirse a sí mismo en Sacyr, fue el señuelo utilizado. Pero el argumento sólo caló entre los bancos afines a Pemex, HSBC y Natixis. El resto de los extranjeros y los nacionales se negaron a financiar por otros tres años la deuda o exigieron hacerlo sólo por la mitad.
El ninguneo de Del Rivero a Caixabank, que casi se enteró de la operación con Pemex por la prensa, le costó muy caro. El presidente de la entidad y también de la Confederación Española de Cajas de Ahorros (CECA), Isidro Fainé, fue uno de los más activos en mover los hilos en el sector financiero para cerrar la puerta a la operación. Fainé se juega mucho, ya que Repsol aporta el 25 por ciento del capital y del dividendo de Caixabank, y no convenía dejarla en manos de una persona tan poco fiable.
Entre los que escucharon a Fainé está, por supuesto, su buen amigo, el presidente de Bankia, Rodrigo Rato, así como José María Castellano de Novagalicia Bank. El resto de antiguas cajas que forma parte del sindicado cerraron filas todas a una, como en Fuenteovejuna, al igual que lo hizo el Santander, pese a que desde Sacyr se esforzaban por presentar a Botín como un aliado incondicional. No sólo no fue así, sino que el banco de rojo se negó a interceder ante los demás para lograr la refinanciación a cambio de una suculenta comisión de gestión.
Del Rivero llegó, asimismo, a contratar los servicios del expresidente José María Aznar, bien relacionado en EEUU, para interceder ante las entidades anglosajonas (City y Royal Bank of Scotland).
Sus planes saltaron en mil pedazos en el consejo del jueves pasado, cuando intentó ganar un representante para romper el empate técnico, en detrimento del bando de las antiguas cajas.
En realidad, el cese de Del Rivero estaba sentenciado desde la noche anterior, porque Manrique había pactado con Carceller y Abelló, quienes a cambio le ofrecieron la presidencia de la constructora. El nuevo presidente de Sacyr, conocedor del complicado estado de las negociaciones bancarias, es uno de los más afectados por un posible derrumbe de ésta, ya que hace unos meses tuvo que vender una espléndida finca con mansión incluida a las afueras de Madrid, y posee el 6,9 por ciento de la constructora. Si además asciende a la presidencia, la propuesta era irrenunciable.
Pero lo que importa es que, por fin, se impone la sensatez. No es posible que una de las multinacionales de trayectoria más brillante en los últimos años cayera en manos de un iluminado dispuesto a trocearla para mayor gloria de su ego. Menos mal que el ministro Miguel Sebastián está ya amortizado, al igual que el propio Zapatero, porque casi crean otro desaguisado como en Endesa.
El mismo que pueden ocasionar este fin de semana en el Consejo Europeo. Pese a las reiteradas llamadas de Rajoy a Zapatero, éste sigue dispuesto a aceptar que la deuda soberana en manos de los bancos sea depreciada a valor de mercado, en paralelo a un incremento de las exigencias sobre su solvencia. La medida, aunque menos grave que la quita del 20 por ciento barajada hasta hace sólo unos días, castigará a las entidades y restringirá los créditos.
La esperanza está puesta en Sarkozy. La posible rebaja del rating de la deuda francesa ha puesto a sus bancos contra las cuerdas y debe forzar a Merkel a tomar medidas para multiplicar la capacidad de intervención del fondo de rescate. Si no, volverán los cuchillos largos.