Opinión

Guía para seguir la cumbre europea

Este artículo también podría haberse llamado Guía para seguir la próxima cumbre europea? y no morir en el intento, porque lo primero que les pido es concentración y lo segundo, que tengan un analgésico a mano. La mente de nuestros excelsos líderes es, digamos, única.

¿Por qué es necesaria una cumbre europea? Porque estos genios que nos gobiernan dejaron que un pequeño problema -Grecia no representa ni el 3 por ciento del PIB de la Unión Europea- se les fuera de las manos y amenace a todo el sistema.

¿Y cómo es esto posible? Ahí entramos nosotros y los italianos. En el caso español, nuestros niveles de deuda pública no son muy superiores actualmente a los de Reino Unido o EEUU, por poner un ejemplo. El problema es que hemos perdido la confianza de quienes nos tienen que prestar dinero. Te ven preparar 50.000 millones para mantener en pie una serie de bancocajas para evitar que salga a la luz todo lo que puede haber ahí de todos los partidos (el Frob) y los mercados dicen: estos tipos no son de fiar. Así que a la cumbre se va a solucionar el problema griego, pero eso es lo de menos, porque ya está descontado por los mercados.

Pobre del analista que no lo haya tenido en cuenta desde hace meses a la hora de valorar la cartera de bonos de un banco. El problema de verdad es que el fuego griego se traslade al bosque español e italiano.

Para evitar esto, hay que crear un cortafuegos. Sin él, existe el riesgo de que a un señor de Michigan que gestiona las pensiones de, digamos, los profesores del Estado, se le pase por la cabeza que, por si acaso, vende también los bonos españoles, que si en Grecia ha perdido la mitad de lo que puso (por el artículo 33), estos europeos del sur no le van a pillar en una segunda. Así que hay que tranquilizarle y decirle que hay alguien que avala a España e Italia.

Para ello, los europeos discuten dos opciones: o crear un banco que haga ese papel -aunque también valdría que compre en el mercado bonos de estos países y así mantenga su cotización- o ampliar el actual fondo de rescate para que haga todo eso y más. Y digo más porque ¿a dónde creen ustedes que ha ido todo ese dinero que se captaba en la guerra de depósitos? ¿A dar créditos? Qué inocencia. No, ha ido a comprar deuda pública española.

Miren qué fácil: tomo dinero en el mercado al 4 por ciento, lo coloco al 5 por ciento y todo libre de riesgo porque es deuda pública. Hasta que el mercado no la considera tan segura y empieza a perder valor. Y eso es lo que tienen los bancos en sus balances: un mogollón de deuda pública. No sólo los españoles. Italia es el mayor emisor de la eurozona y les ha colocado papel a todos. En resumen: hay que impedir como sea que los inversores sigan vendiendo bonos españoles e italianos. ¿Cómo? Ofreciéndoles un seguro. Ahí entra el famoso asunto del 20 por ciento, que esa sí que ha sido buena. Como hay que efectuar un cálculo de cuánto dinero habría que avalar, se hace un ejercicio numérico para estimarlo. Básicamente, se moja la punta del dedo índice y se dice que puesto que a Grecia, a muy malas, va a haber que perdonarle la mitad de su deuda, si España fuera por el mismo camino, podríamos estar hablando de un, digamos, 20 por ciento. Es como cuando calculas el valor de un inmueble o de su contenido para asegurarlo. No se trata de que vaya a arder, sino de saber en cuánto se hace el seguro. Y el fondo aseguraría un 20 por ciento de las posibles pérdidas en las que pudiera incurrir un inversor por comprar bonos españoles o italianos. Se le ofrece una garantía parcial de su inversión. El problema es que nadie -ni Europa, ni el Fondo Monetario Internacional- tiene el dinero que hace falta.

¿Y qué se hace cuando no se tiene dinero? ¡Se pide prestado! (O se crea un banco, como quieren los franceses). Hay que apalancar el actual fondo de rescate, crear el primo de Zumosol de España e Italia. Ya veremos cómo acaba el show surrealista en el que se ha convertido la política europea y, sobre todo: a ver cuánto dinero nos cuesta la broma.

(Víctor Alvargonzález es Consejero delegado de Profim)

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