Como era de esperar, Qadafi ha caído. Sigue sin estar claro si la muerte, que recuerda la manera en que fueron fusilados Mussolini y la Petacchi, se debe a una acción de las que denominan populares o al deseo de los aliados de que no pueda contar lo bien que lo pasó con gente como Zapatero, Gallardón -que le regaló la llave de Madrid- o Sarkozy.
Salvo para los historiadores, casi da lo mismo, porque ya ha comparecido ante el Altísimo. Vale. Punto y final de un dictador repugnante, que entregó dinero a manos llenas a terroristas palestinos, irlandeses y vascos; ideó una majadería conocida como El libro verde, y se permitió incluso financiar esperpentos como el independentismo andaluz o canario. No podemos sino celebrarlo.
Pero, ¿y ahora qué? Porque lo que va a venir en Libia, si nos atenemos a lo que significan los procesos de democratización en las naciones islámicas es, previsiblemente, un avance de los islamistas más rabiosamente anti-occidentales. Llegarán al poder por las urnas, pero eso no evitará que las palizas conyugales sean lícitas o que el testimonio judicial de una mujer valga la mitad que el de un hombre.
¿Ahora qué? Porque es para preguntarse si después de esta cruzada, urdida a medias entre Bernard Henri-Lévy y Carla Bruni, Libia conservará su integridad territorial o se convertirá en un nuevo y sustancioso pedazo del sistema neocolonial francés.
¿Ahora qué? Porque Qadafi, repugnante dictador -aunque no más que Mohamed VI, primo excelso de nuestro rey o que Saddam Hussein, a quien defendían nuestros progres- nos vendía el petróleo a un precio que no podemos soñar en encontrar en otra parte del globo.
¿Ahora qué? Porque, como siempre que hemos ido de palanganeros de los galos, nos ha costado la torta, un pan sin beneficio propio alguno. Sí, estamos muy contentos, nos alegramos de que las tropas que enviamos regresen, de que ha concluido una guerra, pero tenemos que preguntarnos: "¿Y ahora qué, señorita Trini?".
César Vidal. Historiador y director del programa La Noche de Es.Radio.