Opinión

Juan Fernando Robles: Barriendo bajo la alfombra bancaria

Mientras Grecia sigue aumentando la brecha del déficit y ya nada hace dudar de que habrá quiebra, la preocupación actual es la recapitalización de la banca europea para soportar las pérdidas derivadas del envilecimiento de sus carteras de deuda pública y el impacto del impago sobre la liquidez del sistema.

Si la quiebra en sí misma cada día es más asumida, el pánico se genera por los efectos en cascada que puede provocar sobre otros Estados y el sistema financiero europeo en su conjunto. La Autoridad Bancaria Europea, que agrupa a los supervisores bancarios de la UE y asesora a la Comisión Europea, ante este escenario está echando las cuentas, es decir, se dispone a calcular cuánto hace falta para equilibrar los balances bancarios ante el descalabro, y en sus estudios añade el factor que olvidó incluir en sus últimas pruebas de estrés, que no es otro que las pérdidas derivadas por el impago de deuda pública.

Se está cocinando la quita, y a los líderes europeos les hace falta una cifra, pero aún más se precisa un mecanismo financiero para que éste sea el último rescate bancario necesario, no vaya a ser que las nacionalizaciones que hubo al principio de la crisis se tengan que repetir como, por ejemplo, ha sucedido con Dexia. En el fondo, habrá una nueva ronda de nacionalizaciones encubiertas, pues los Estados cada día están más reticentes a echarse el muerto de ciertos bancos encima directamente y envilecer aún más su crédito.

El pacto de estabilidad financiera que da sentido al euro no se ha cumplido desde el primer minuto. Ni lo han cumplido los grandes ni los pequeños y así, con esa falta de rigor y autoridad, un sistema financiero que gira entorno a una moneda ingobernable y que está preñado de activos emitidos por Estados cada día más insolventes tiene comprometida permanentemente su continuidad.

Carrera hacia la insolvencia

Las agencias de calificación no hacen sino bajar el rating de bancos y Estados en una carrera hacia la insolvencia que hace dudar del modelo mismo del sistema de calificaciones, para el que, sin embargo, no se tiene sustituto ni se le espera. Unas calificaciones que suponen el contagio del rating de los Estados a la banca, como ha ocurrido con la reciente bajada de calificación a la gran banca española en concepto de riesgo-país.

Las consecuencias para la financiación de las entidades son dramáticas, pues si ya es difícil el acceso al mercado, los mayores spreads que deberán pagar comprometen la generación de beneficios e impiden una normal estructura financiera, que por coste y oportunidad bascula excesivamente sobre el Banco Central Europeo, cuya barra libre de liquidez, que debería llamarse barra libre de financiación, tendrá un techo en algún momento en el que vendrá el rechinar de dientes y los lamentos por el contagio de la marca España.

Porque la situación en nuestro país es particular, pero, a diferencia de la canción infantil, cuando llueve no nos mojamos como los demás, sino más que los demás. De hecho, nuestro convulso sistema financiero no encuentra la cifra que busca la EBA ni la encontrará mientras los activos dañados no afloren por completo. La clave no está en si nuestras entidades tienen un determinado nivel de capital, que pudieran perfectamente de una u otra forma cumplir, sino si el activo dañado está reconocido en balance o no, y mientras exista esa duda la mujer del César no estará libre de sospecha. Los bancos no sólo deben ser solventes, es primordial que lo parezcan y, desgraciadamente, el sistema financiero español adolece de credibilidad pues forma parte del cuento de Zetapé en el país de las maravillas. Quizás acabado el cuento, las cosas puedan ponerse en su sitio.

Estamos inmersos en una segunda ronda de fusiones, pues en la fusión se ponen todas las esperanzas del saneamiento, sobre todo en un escenario en el que un Gobierno que lo ha dilapidado todo y más ya no puede poner un euro en nada que no sea evitar el propio hundimiento del Estado, como se ha puesto de manifiesto al ampliar el Fondo de Garantía de Depósitos con el mensaje añadido de que los propios bancos ya se lo arreglarán con este dinerito.

Porque si algo ha caracterizado al gobierno de la economía española en los últimos años es precisamente su ausencia, que no hay que confundir con el laissez-faire, sino con el no saber por dónde se andan. Y como nunca soplan vientos favorables para el que no sabe adónde va, según decía Séneca, difícilmente un sistema financiero sin control va a ofrecer alguna satisfacción a la economía española más que restricción crediticia y autodepuración de sus propias miserias en las carnes de todos los españoles, mientras quienes estaban en la obligación de ordenar su actividad balbucean excusas sobre una crisis internacional de la que somos tan víctimas como causantes, pues dejaron en pocos años duplicar los balances bancarios, que se sobrecalentara el crédito, la demanda interna y que España se convirtiera en uno de los países con más deuda externa del mundo mundial, por no hablar del desastre inmobiliario, que es el fundamento que, como diría Arguiñano pero al revés, hace nuestra salsa pobre, pobre.

Mientras Europa mira cómo absorber la quiebra helena y detectar las pérdidas potenciales, en España seguimos barriendo debajo de la alfombra, y así no hay forma de que quienes lo han hecho bien, o quizás menos mal, se quiten el lastre que llevan encima por todos los que lo han hecho rematadamente mal.

Juan Fernando Robles, Director General del Instituto Superior de Técnicas y Prácticas Bancarias.

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