Opinión

Editorial: La solución europea aún presenta interrogantes

El presidente Barroso presentó ayer su plan para recapitalizar la banca europea. Las entidades consideradas sistémicas deberán reforzar sus niveles de capital mínimo exigido desde el 5% hasta probablemente un 9, después de haber tenido en cuenta su exposición a la deuda soberana.

Y mientras no cumplan con los requisitos de solvencia, no podrán repartir ni dividendos ni bonus. Aquellos que no hayan recabado los recursos por la vía privada tendrán que recurrir a su Gobierno o, si éstos no pueden, al fondo de rescate europeo, tal y como quería Merkel y aceptó un portavoz del Ejecutivo francés minutos antes del anuncio de Barroso.

Se trata de un paso más en la hoja de ruta europea para solventar la crisis del euro. Los líderes de la UE son conscientes de que Grecia no puede pagar, así que en una primera fase tienen que apuntalar a la banca reforzando su colchón de capital para que aguante una quita helena.

El segundo punto consiste en establecer un cortafuegos que evite el contagio al resto de países y que los intereses de sus emisiones se tornen insostenibles. En tercer lugar, los europeos impondrán la reestructuración de la deuda de Atenas y, posiblemente, la de Lisboa.

Por fin la Unión intenta adelantarse a los acontecimientos y traza una respuesta coherente, hito que celebraban los parqués. Sin embargo, la aplicación del detalle de esta estrategia aún puede toparse con muchos interrogantes. Para empezar, las soluciones a la banca no deberían contentarse con elevar los colchones de capital, sino que sobre todo tendrían que contemplar saneamientos de los activos deteriorados.

Hay que cuantificar sus precios reales. Recordemos que la salvada Dexia contaba con mucha deuda de ayuntamientos galos que no se abonaba. Y en el caso español, eso incluiría limpiar los balances de los préstamos inmobiliarios que no se consiguen cobrar y que impiden que circule el crédito. Por eso, es muy probable que la autoridad bancaria europea, la EBA, haga bastante hincapié en unas cajas de ahorros que por no ser calificadas de sistémicas al menos se van a librar de implementar las mayores exigencias de capital.

Otra incógnita estriba en quién va a pagar esto. Las cifras que se manejan para la inyección al sistema financiero oscilan desde los 250.000 millones a los 100.000, reflejando en algunos análisis hasta quitas del 10% sobre los bonos españoles o italianos. Algo que podría antojarse excesivo si España logra reconducir el déficit como promete el partido que previsiblemente venza en las urnas. No parece ni que las entidades vayan a atraer esos fondos, ni que los Estados puedan soportar tales cargas sin sufrir más incertidumbre.

Y cualquier aumento del fondo de rescate para dotar de solvencia a los bancos al tiempo que brinda liquidez a los países podría afectar muy seriamente a la calificación crediticia de Francia e, incluso, Alemania. Pese a su resistencia, sólo el BCE imprimiendo billetes cuenta con el músculo suficiente para hacer frente a esta operación en un momento en el que el peligro más bien reside en un entorno deflacionario.

Vamos a tener que ayudar a unas entidades que congelarán todavía más el crédito para ganar en solvencia a la vez que se obliga a los ciudadanos a someterse a grandes sacrificios. Esto se va a tener que explicar muy bien. Cierto es que los bancos deberían poner de su parte reduciendo los dividendos, pero en la UE han de pensar que si los suprimen por completo corren el riesgo de deprimir los valores en bolsa y propiciar más problemas.

Los ejemplos de Irlanda y Letonia demuestran que los periféricos pueden ajustarse dentro del euro y comenzar a arrojar crecimientos que saquen a Europa del atolladero. Pero no va a ser fácil. Y va a salir muy caro.

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