Albert Boadella define con ironía el nacionalismo como equiparable a los pedos: "Sólo nos gustan los propios". Sigamos.
Aquel "invicto caudillo" cometió el pecado de lesa patria al perseguir con idéntica saña a demócratas, rojos, obreros, reivindicantes? y pequeño-burgueses nacionalistas, elevándolos desde la ideología a la categoría.
Como consecuencia del asfixiante nacionalismo centralista, excluyente y analfabeto, la España -nación, la bandera, la patria de todos fue tanto un horror como un error para aquella izquierda infantil de la Transición.
Y, acción pendular, el nacionalismo ¡decimonónico! apareció como el non-plus-ultra de la modernidad, de la integración.
Dimitido el socialismo de su centralidad histórica, estamos hoy en el esperpento de observar cómo pretenden ser tan nacionalistas como el PNV o CIU.
Y mientras caen chuzos de punta sobre todos los españoles, nuestra oligarquía política, manteniendo como horizonte la contemplación de sus ombligos, se tira los trastos a la cabeza en lugar de entender que a pique nos vamos todos.
Nadie ha puesto aún sobre la mesa la necesaria reformulación administrativa (que no constitucional) de un Estado hipertrófico que no podemos pagar. No he escuchado aún una sola voz que explique cual será nuestro proyecto competitivo como país, hundido el falso y obsceno de la especulación que nos ha llevado a donde estamos.
Tampoco nadie plantea cuál va a ser nuestro futuro estratégico, en el que basaremos nuestro éxito como nación, fallecida y putrefacta la inviable tramoya especulativa que nos ha llevado al presente desastre.
Ni se definen las bases de nuestra estructura educativa, más allá de la ocurrencia legislativa de cada Gobierno entrante.
Y así les (nos) va. Unos reivindicando particularidades (que no son sino privilegios atentatorios del principio básico de igualdad). Otros negando el pan y la sal al contrario en pro de réditos electorales.
Y la España de todos resulta la España de nadie .